07 Mar Reflexiones sobre el legado filosófico de Julian Marias
REFLEXIONES SOBRE EL LEGADO FILOSÓFICO DE JULIÁN MARÍAS, paradigma oportuno en el momento histórico en que vivimos
Profesor D. Félix Pérez y Pérez (1)
El 15 de diciembre de 2005 falleció en la clínica de La Paz el ilustre filósofo Julián Marías, quizá el hombre más fecundo en la Filosofía y del pensamiento del siglo XX.
– Cuando todavía no ha pasado demasiado tiempo de su fallecimiento.
– Cuando todavía las flores marchitas embalsaman su tumba.
– Cuando todavía se alzan voces que reclaman reconocimiento al ilustre filósofo, a pesar de que pueda parecer demasiado pronto para resaltar sus méritos si no para lamentar su ausencia.
Julián Marías fue un filósofo que supo rescatar el pensamiento liberal en el siglo XX, cuando más lo necesitaba España, caminando hacia una transición liberal y democrática. Discípulo de Ortega, contaba con 91 años y deja un legado de más de 500 obras fundamentales. Como ha escrito Antonio Garrigues Walker, en España no sabemos dar a tiempo las gracias, y a Julián Marías no se las hemos dado. Este planteamiento justifica el desarrollo del tema anunciado.
La aparición de Julián Marías en el campo del pensamiento español fue un episodio muy agradable. En España no había tradición filosófica y a este respecto estamos muy por detrás de Alemania (escuela kantiana), de Francia, Inglaterra, y bastante menos en otros países como Italia. La filosofía española no era creadora sino más bien receptiva. Hubo figuras muy estimables en la cultura, como la de Balmes, que murió precozmente a los 38 años, Sanz del Río y otros.
A finales del siglo XIX y principios del XX hubo en España figuras notables (pensadores): Menéndez Pelayo, Gómez Morente, Ramón y Cajal, Pidal, personajes de gran nivel intelectual. Ortega nació en 1883 y murió en 1955, a los 72 años, lo mismo que Marañón y Unamuno.
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Julián Marías nació en Valladolid el 17 de junio de 1914. Pronto su familia se trasladó a Madrid, circunstancia que le permitió estudiar el Bachillerato en el Instituto Cardenal Cisneros y posteriormente la carrera de Filosofía y Letras en la Complutense (Universidad Central), a la que Julián Marías llamó sre “mi casa”, licenciándose en la referida Facultad en 1936. En el Instituto Cisneros aprendió latín con el excelente Profesor Vicente García De Diego, así como griego y, posteriormente, inglés y francés.
En principio la tendencia de Julián Marías, y el consejo de su familia, fue que llevara a cabo estudios científicos (Ingeniería), y durante algún tiempo compaginó estos estudios con la enorme tentación, que desde adolescente, sintió hacia la Literatura y la Historia, asistiendo con asiduidad a las clases de Introducción a la Filosofía, de Zubiri, circunstancia que le iluminó de lleno la vocación filosófico-histórica que habría de seguir.
Siendo un joven incipiente (18 años) conoció a José Ortega y Gasset, a cuya Cátedra de Metafísica asistía con asiduidad y un enorme aprovechamiento. Pronto el Maestro se dio cuenta de la calidad de este estudiante, al que desde el principio consideró y valoró de manera excepcional. Se compenetraron de tal manera que más adelante (1948) fundarían juntos el Instituto de Humanidades que Julián Marías dirigió con enorme éxito.
La guerra sorprendió a Julián Marías muy joven, 22 años, circunstancia que le permitió vivir los preludios de la guerra, discusiones entre estudiantes, etc., ver de una manera muy preocupante cómo se planteaban los problemas, hasta que acaeció el suceso. Julián Marías consiguió “recriminar pacientemente a Ortega y Gasset” el que no se diera cuenta anticipadamente de lo que se jugaba España y de la tragedia que se organizó desde la posición que el Maestro mantenía. Los dos eran liberales pero había una gran diferencia entre el pensamiento de Ortega y Gasset y el de Julián Marías. Julián Marías tenía una idea muy clara en el sentido de que la ciencia no pertenece a nadie –todos somos herederos- y hemos recibido el conocimiento de nuestros antepasados para integrarlo en el nuestro. Sabía también del respeto que merece el Maestro, recordando la frase de Unamuno: “cuando bebas en el vaso de la Ciencia, acuérdate del manantial”
Julián Marías sintió profundamente el desarrollo de la guerra y la lucha de los españoles, en su mente repetía la frase de Antonio Machado: “españolito que naces, y al mundo te trajo Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. Publicó varios artículos con relación a la guerra civil, especialmente en los años anteriores (1934), en la revista Cruz y Raya, mostrando actitudes que no gustaron demasiado y que posteriormente llegarían a condenar la actitud de Julián Marías al punto de encarcelarlo, sufriendo de esta manera una tremenda reprimenda moral de la que salió muy airoso, ya que su talante no le permitía el odio sino simplemente el análisis de la verdad.
No era belicista, pero su formación liberal puso pluma al servicio de la República escribiendo en el informativo de Arturo Soria, en la revista Hora de España. En marzo de 1939 publica en ABC un artículo, expresando apoyo al político Besteiro y al Coronel Casado, aconsejándoles desplazarse a Burgos para pedir a Franco el cese de la contienda, pretensión que no fue admitida, pero sí el compromiso de suavizar los ataques respetando al hombre y al ambiente lo más posible.
Lo más destacable es su trabajo filosófico “San Anselmo y el insensato” de 1934, expresando su catolicismo, en su libro “El problema de Dios en la filosofía de nuestro tiempo”, 1941.
Como ha escrito José Antonio Garrigues Walker, Julián Marías tenía un concepto muy claro de lo que significaba el liberalismo. En la Fundación José Ortega y Gasset no existía común acuerdo sobre este tema, pudiendo añadir que la concepción liberal de Julián Marías representó al liberalismo y a la sociedad civil en un grado excelente. Supo desde esta posición mantener ideas claras respecto a la religión y la configuración del ser humano. Julián Marías fue el filósofo que salvaguardó el pensamiento liberal en España durante el siglo XX.
Hay que señalar que Julián Marías nunca escribió contra nadie, tal como señala Ignacio Sánchez Cámara, sino sólo a favor de la verdad (promesa que hiciera, cuando tenía 6 años, junto a su hermano de 9, arrepentidos de la mentira y escondidos detrás de una puerta. Se le ha definido como el filósofo esclavo de la verdad. Emitió el más breve y concreto dictamen sobre la tragedia de la guerra civil, expresado en las siguientes frases: “mi juicio sobre la guerra civil es en favor de los justamente vencidos y los injustamente vencedores”, frases que, como se ha dicho, entrañan toda una excelente interpretación difícil de definir con menos palabras.
El análisis de la guerra civil, plasmado en su obra “España ininteligible”, fue verdaderamente riguroso y al mismo to preocupante, pero Julián Marías lo asumió con verdadera objetividad, con absoluta lealtad e imparcialidad. Nunca tomó partido de forma definitiva, nunca se enfadó con nadie a pesar de que no fue justamente tratado. Con razón los catalanes le definieron como seny (hombre ponderado y amante de la verdad).
En su manera profunda (filósofo de altura), pensaba en los resultados de la guerra civil y el sesgo que aquello iba tomando. Como hemos dicho al referir una frase anterior, tanto él como sus correligionarios: Profesor Tobar, Ridruejo, Laín, Ruiz Jiménez, Aranguren, Manuel García Morente, etc., con los que contaba a pesar de su juventud, pensaban si lo más conveniente era que ganase el partido republicano o los nacionales. Sabían que los republicanos, en su alto grado de sovietización, nos conducirían a un comunismo tremendo, difícil de resolver; mientras que, por el contrario, el triunfo de los nacionalistas nos traería una dictadura demasiado larga, como así fue.
Sin embargo el concepto de dictadura en la mentalidad de Julián Marías tiene otras connotaciones, que ha señalado perfectamente Manuel Fraga Iribarne. La política del General Franco, lo que han llamado dictadura, no fue realmente una dictadura profunda a manera de la dictadura de Hitler o de Stalin, sino que fue un régimen que tampoco se entregó a la Falange y mucho menos mereció la consideración de ser nazismo. Franco nunca concedió el mando a Falange sino más bien contemporizó con ella, se aprovechó de sus virtudes, de su entusiasmo e incluso de su himno y de su fervor, circunstancias que le ayudaron considerablemente a ganar la contienda, pero no fue un régimen falangista. Se apoyó seriamente en la filosofía cristiana y en la honestidad, en definitiva puede decirse que aquél régimen no fue una dictadura férrea, como a menudo se define, tampoco fue una dictadura falangista, nazismo, sino más bien un régimen autoritario, en que la autoridad imperaba sobre todo y gracias a esta autoridad los españolitos de entonces pudieron saber lo que era la disciplina, el trabajo, el respeto a la ley, etc., puesto que el régimen franquista trajo algo muy importante como fue la seguridad social, el avance de las leyes laborales y sobre todo una transición importante hacia la democracia y la implantación de una monarquía constitucional y parlamentaria. La guerra terminó pero la dictadura seguía, circunstancia que preocupaba a otros pensadores y a Julián Marías
Para constituir el primer parlamento democrático, Franco aconsejó que el número de Diputados falangistas fuese compensado con el de representantes del pueblo, intelectuales con carisma, puesto que como él decía había que aprobar leyes muy importantes. En efecto las leyes que primero se aprobaron fueron la Ley de Transición, no de continuidad como propugnaban algunos beneficiarios del régimen, y la Ley de Sucesión, circunstancia curiosa en la que pocas veces o ninguna el dictador nombra a su sucesor. Y en efecto se nombró sucesor del régimen franquista al Príncipe Juan Carlos que, jurando los Principios Fundamentales de la Nación, aceptó el cargo, lo que fue sin duda alguna una enorme victoria política que Julián Marías aplaudió y que le llevó grandes satisfacciones; le despejó dudas y le confortó con el inicio de una democracia constitucional parlamentaria en un sistema liberal de fundamento religioso.
Podemos significar que los últimos años del Sr. Marías fueron mitigados precisamente por el sesgo que había tomado la política, una guerra civil tremendamente cruenta, que termina, no en una dictadura férrea, continuada y perseverante, sino en una democracia liberal y en una monarquía constitucional que fue lo que él soñaba. Estamos seguros que Julián Marías murió en paz y tranquilidad por esta circunstancia, desde su posición de analista y defensor de la filosofía de la verdad –esclavo de la verdad, como se le ha definido con toda justicia.
En 1931, proclamada la República, se matricula Julián Marías en la Facultad de Filosofía y Letras, cursa el selectivo de Ciencias pero sigue la vocación filosófica. Siendo Decano de la Facultad Manuel García Morente, filósofo conocedor de Kant, estrecha sus relaciones con José Ortega y Gasett, Zubiri, José Gaos, Julián Besteiros y otras personalidades.
Los sinsabores de Julián Marías.
Es evidente que Julián Marías fue, si no perseguido, por lo menos sometido a cautela –persona sospechosa-, como consecuencia de sus artículos publicados en La Ventana Tercera de ABC y otros, especialmente por algunas acusaciones infundadas que se le hicieran, en virtud de las cuales fue, a principios de los años 50, vetado para acceder a la Cátedra que dejó vacante Ortega y Gasset, y suspendido en la tesis doctoral, tesis que presentó sobre “La filosofía del Padre Gratry” dirigida por Xavier Zubiri. La lectura fue un acto público muy concurrido (1942), en la recién construida Facultad de Filosofía y Letras de la Ciudad Universitaria, con la significativa ausencia de Zubiri y la airada reacción de Morente ante la calificación de suspenso. Esto indujo a pensar a Julián Marías, con la modestia que le caracterizaba, que “para ser triunfador hay que saber ser perdedor”. Se refugió en la traducción de libros, actividad en una Academia privada, escribir el libro, publicado en 1943, sobre Miguel de Unamuno, al que se le concedería el Premio Fastenrth. El rechazo de la tesis doctoral fue producto de reacción política más que por su valía. El tribunal fue integrado por un teólogo (Doctor Ramírez), invitado del extranjero, y religiosos destacados españoles.
Se ha dicho que Julián Marías nunca odió a nadie, nunca escribió contra nadie sino sólo en favor de la verdad, posición que le condujo a situaciones delicadas y poco agradables. Siguió los versos del poeta Miguelli:
Cambia tu cara
Cura tu herida
Vuelve a tu casa
Hay nueva vida
Buscó aires frescos de positividad y perdón.
Tenía una especial predilección por Cataluña como región progresista, abocada a un futuro modernizante y sinargo fue un admirador y defensor ferviente del castellano. En este sentido a Julián Marías se le ha definido como el seny, expresión catalana que tiene su equivalente en castellano con la palabra sensatez, mesura, tal vez esta denominación sea más clara puesto que Julián Marías fue en todo caso un hombre tremendamente mesurado, es decir, situado no en el positivo ni en el negativo, sino una situación intermedia, meditada y profundamente pensada. Era un hombre pensador profundo, escritor, y desde esta actitud nos dio una gran lección que no siempre hemos sabido entender.
Julián Marías era un hombre fuerte, de escasa altura y ojos grandes y profundos, hechos –como diría Platón- para ver y entender las cosas pequeñas, que cada día contemplaba y deducía su admirable filosofía, mientras su corazón miraba al cielo guiado por una singular inteligencia.
La vida familiar de Julián Marías fue también todo un ejemplo. Conoció a su esposa Lolita Franco durante los estudios en la Universidad Complutense de Madrid, tratando de temas filosóficos, preocupaciones de la juventud: justicia social, transición política, liberalismo, democracia, etc., amistad que se plasmó en matrimonio ejemplar. Tuvieron 5 hijos: Julián, el primogénito, que falleció a los 4 años, Miguel, Fernando, Gabriel y Álvaro. Fue un hombre totalmente enamorado de su mujer. De él es esta frase: “mi mujer fue lo más importante de mi vida”, a su muerte ocurrida cuando él estaba en el extranjero, escribió: “ha desparecido mi proyecto vital de tantos años, lo que le había dado sentido a mi propia vida. Ya no soy yo, ni mi casa es mi casa”. Esta frase, tantas veces repetida tras quedar viudo en el año 1977, mostraba su desesperación ante esa mortal ausencia de la que le consolaba su profunda creencia religiosa. En este sentido ha dicho: la vida es un ciclo que forzosamente ha de terminar, lo más importante es darnos cuenta que nuestra vida es un ciclo biológico y que hemos venido a la tierra para un camino de perfección, detrás de esta vida –dice- tiene que haber otra, si no fuese así –frase que le ha consagrado- la propia vida sería un engaño –descanse en paz . Este triste acontecimiento, precedido de la muerte de su hermano mayor en 1931, hicieron reflexionar profundamente a Julián Marías. Se ha dicho que a partir de estos dramáticos episodios, el filósofo se refugia en la idea de Dios.
Julián Marías y la docencia.
No cabe duda que la vocación fundamental de Julián Marías fue la docencia, sin embargo aquí tuvo grandes contratiempos, en virtud de los artículos publicados y alguna definición crítica en relación con el franquismo. Fue considerado hombre receloso y se le denominó hombre de sospecha. A partir de los años 50, y tras ser vetado para acceder a la Cátedra de Metafísica, que dejó vacante su maestro, Julián Marías se disgustó profundamente pero supo mantenerse sereno y admitió este revés de forma positiva, sufrió un impulso más intenso hacia la enseñanza y desde aquí marchó rehabilitado su prestigio, fue invitado por la Universidad de California, la de Harvard, Yale y Puerto Rico, entre otras muchas. En octubre de 1984 fue elegido mro de la Acaa Española para publicar “El Señor”.
En este año, el Instituto de España le dedica un homenaje a la antigüedad académica. Julián Marías había ingresado el 20 de junio de 1965 en la Real Acaa Española, ocupando el sillón S, perteneciente al escritor Wenceslao Fernández Flores. En su toma de posesión leyó el discurso “La realidad histórica y social del uso lingüístico”, contestado por D. Rafael Lapesa Melgar, Presidente del Instituto.
Años más tarde fue elegido Académico correspondiente de la Academia de Artes y Ciencias de Puerto Rico y fue además miembro de la “Hispanic Society of American” de Nueva York, así como del Institut International de Philosophie (de la Internacional Society for the History of Idees) y el Council of Scholars (de la Biblioteca del Congreso de Washintong). Todas estas distinciones fueron avales muy importantes para estimular la labor docente en el extranjero de Julián Marías, a través de la cual adquirió un prestigio realmente fabuloso.
Estas recompensas se completan con el Po Fastenrath de la RAE, el Kennedy del Instituto de Estudios Norteamericanos de Barcelona, el Juan Palomo, el Gulbeenkian de ensayo, el Po del Mundo Latino, el Ramón Godó de Periodismo, el Mariano de Cavia (1985), por su artículo La Libertad en regresión. En abril de 1988 fue galardonado con el Po Castilla y León de las Letras, y ese mismo año le fue concedido el Po Bravo, que otorga la Conferencia Episcopal. El 16 de dicre de 1990 ingresó en la Real Acaa de Bellas Artes, con el discurso titulado Reflexión sobre el cine, en 1991 inaugura en París la Cátedra Miguel de Cervantes, creada por el comité de Lengua Española de la UNESCO con una conferencia magistral sobre Cervantes. En 1996 fue distinguido con el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades.
En junio de 1977, D. Juan Carlos le nombró Senador Real y en enero de 1979 Julián Marías fue elegido Presidente de la Fundación Estudios Sociológicos (FUNDES), cargo que ocupó hasta su fallecimiento. En 1990 tomó posesión de la Cátedra Ortega y Gasset de Filosofía Española en la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Hay que señalar que en 1982 fue Julián Marías el primer intelectual en lengua castellana nombrado mro del Consejo Internacional Pontificio para la cultura, creado por Juan Pablo II. A estos galardones merecidísimos habría que añadir sus libros: Nuevos ensayos de filosofía, Estructura social, Ortega y la idea de la razón vital, El existencialismo en España, Idea de la Metafísica, España ininteligible y un largo etcétera.
La vocación docente de Julián Marías era evidente, se caracterizó por ser una persona de una fascinante clarividencia, ideas claras, profundas, ideas expuestas con el corazón y la mente, nunca utilizó cuartillas en sus discursos, tenía muy claro en su mente aquello que tenía que decir.
Julián Marías no fue un filósofo encerrado en una urna de cristal, en el que se miraba cada día al espejo para sí mismo, sino que por el contrario era un filósofo de ventanas abiertas, a través de las cuales conectaba con el mundo exterior que era lo que le preocupaba. Vivió para el mundo, para el pueblo, para el medio y no para sí mismo. Se ha dicho de Julián Marías fue uno de los primeros filósofos en cultivar la línea clave de la filosofía de Heidegger, que es sin duda alguna filósofo por excelencia del siglo XX, cuyos pasos siguió claramente Julián Marías. Como su maestro procuró iluminar a sus infinitos lectores con reflexiones sobre la realidad de cada día, española y no española.
Fue un hombre preocupado por España, se ha dicho de él que fue un exiliado interior y exterior en España y América, en especial América Latina, la hija predilecta de España. Manifestó unas reflexiones impregnadas de inteligencia, de amplitud cultural, de cultura absolutamente universal, profunda y de rigor intelectual y, sobre todo, siempre lleno de sentido común, que ahora echamos tanto de menos. Julián Marías entendía que a España se le conoce mejor desde el extranjero, en especial situándose en la singular obra realizada en Hispanoamérica.
Como su maestro Ortega pensó que la razón por sí sola no basta, necesita algo más, y este algo más es la información que el hombre recibe (Julián Marías) de su formación ética, moral y religiosa. Entendía la educación como un proceso de abajo arriba, arrancando de la familia y desenvolviéndose desde el conocimiento cristiano.
La bondad es su característica fundamental, el perdón, el diálogo, la transigencia, circunstancias que sirvieron de base para abrir la ruta tan deseada, tan añorada y tan necesaria para continuar nuestra vida democrática en un ambiente trascendente y liberal. En Julián Marías resplandeció siempre la verdad, fue un hombre optimista, confiaba en sí mismo, amante de la naturaleza y del futuro progresista y modernista, y desde este punto de vista su magisterio fue excelente.
Desde su vocación docente, que la expresó de diferentes maneras, Institución FUNDES (que dirigió con tanto acierto), en diferentes foros a los que era invitado, ciclos culturales enormemente concurridos, hasta que finalmente adquirió la condición de Catedrático, aunque no titular, como fuera en la Universidad Nacional de Educación a Distancia.
Julián Marías fue un hombre con ideas muy claras sobre la enseñanza. Partía de la idea que la educación es fundamental y que el progreso de los pueblos depende de su nivel cultural y educativo, de ahí el cambio de planes de estudios y proyectos que no aciertan en encontrar la verdadera eficacia de los mismos. Entendió Julián Marías que la docencia tiene que ser de abajo arriba y no de arriba abajo, es decir, debe nacer en el contexto familiar, debe continuar en el colegio, de manera que la potestad de la enseñanza la tienen en primer lugar la familia, en segundo lugar la tiene el colegio, en tercer lugar la tiene la Iglesia y por último el Estado, que procurar que las normas educativas sean realmente eficaces y la calidad de la enseñanza suficiente, real y fecunda.
Partía de que la docencia tiene dos formaciones, aquellos conocimientos que se transmiten por experiencia, lo cual constituye la instrucción, muy importante, circunstancia que potencia la eficacia docente de los familiares, mayores, etc., y que representa el único medio del mensaje educativo para países subdesarrollados (casa de la palabra o habitáculo en el que cada atardecer se reúnen los diferentes integrantes de tribus para escuchar el consejo de los mayores, es decir para practicar y atender una educación realmente instructiva, adquirida simplemente por experiencia).
Julián Marías tenía una idea muy clara de lo que es la educación como Ciencia, como sis científico, basado en reglas fundamentales que pretenden transmitir saberes con mayor rapidez y eficacia posible. Este tipo de docencia, para Julián Marías, debe ser precoz, y como decíamos anteriormente empezar de abajo arriba y no de arriba abajo.
La palabra educación viene del verbo ducere, que significa conducir, planteándose como objetivo la formación del niño, etc., para su desarrollo eficaz y ordenado en el mundo social; de otra parte Corominas nos habla de educere, que significa sacar adelante, en castellano es frecuente oír a los padres esta frase: “estamos sacando adelante a nuestros hijos” al referirse a la educación. Siguiendo a su coetáneo, filósofo y Catedrático de Metafísica, entendía con él que la educación exige tres condiciones fundamentales: espacio, tiempo y libertad. Sólo el ser humano cuenta con facultades (espacios para grabar) que le permiten ser educado, facultad bien distinta a la capacidad de los animales que sólo admiten la domesticación. El tiempo lo refería a que la educación no se improvisa, es larga y requiere plasmar hábitos (habituación), y la libertad hace referencia a que el niño es realmente educable cuando se desprende de los instintos (animalidad) y es capaz de razonar –el uso de razón es el inicio de la capacidad del niño para ser educado. Julián Marías participó, por activa y por pasiva, en la concepción de la Ley General de Educación y Financiamiento Educativo (4 de agosto de 1960), Ley Villar Palasí, que se ha mantenido por su enorme calidad hasta hace pocos años. Esta ley arranca de la antigua Ley Moyano, que inspirándose en la revolución estudiantil francesa de 1968, aportó novedades muy trascendentes para la educación española.
En sus últimos años Julián Marías planteó ciertos recelos a la última Ley de Enseñanza Universitaria, aprobada tumultuosamente y no a satisfacción de todos. Pensó que incorporar una asignatura nueva dentro de los planes de estudios, dedicada a la formación para el comportamiento social, no era necesario. Se sabe desde muy antiguo que la formación tiene dos orientaciones: la entitativa, que faculta al niño y al adolescente para vivir en sociedad, comportamientos éticos, morales, de conducta; y la operativa, dedicada a las enseñanzas productivas, es decir para el desarrollo, la economía y el despliegue del desarrollo tan necesario en nuestras sociedades. La nueva Ley de Educación, anteriormente citada, fue trascendente.
El peligro fue que la información que trajo Rodolfo Llopis, Director General de Enseñanza Primaria, comisionado para estudiar el sis educativo soviético, fue preocupante, señalando a su vuelta del viaje a Rusia, en su obra “La revolución en la escuela”, que aquélla debeezar muy pronto: hay que apoderarse del alma de los niños, adolescente y jóvenes, si queremos que un sistema político perdure.
Pienso que Julián Marías se marchó con este temor: ¿será suficiente esta Ley de Educación o por el contrario nos conducirá a un tipo de docencia en el que el Estado, director supremo de la misma, oriente la educación para fines políticos, sociales y convierta la misma en un instrumento a favor de intereses partidistas?
Sin duda alguna Julián Marías vio con complacencia las nuevas orientaciones docentes, la expansión universitaria llevada a cabo en muchos países, el ansia de la cultura, el progreso de la Ciencia, de la investigación, la docencia apoyada en la investigación, la investigación como motor y factor de desarrollo, orientaciones que dieron satisfacción al inmortal filósofo Julián Marías.
Aplaudió la idea de que la educación no es siempre un sistema reglado, automático, sino que tienen derecho a educar todos aquellos que tienen algo que decir. La educación no es un sistema exclusivo de la familia, de la escuela, del Estado, de la Iglesia, a la que se le ha concedido demasiada poca importancia y en efecto la tiene, ahí están sus obras en la formación filosófica de países colonizados, expansión de España en América, etc.
La trascendencia de Julián Marías desde su labor docente, conferencias, discursos, publicaciones, referencias al extranjero y del extranjero hacia España, fue fundamental. Hay que lamentar, por supuesto, como dice Garrigues Walker, que los españoles no sabemos dar las gracias, y si lo hacemos suele ser demasiado tarde. Es cierto que la obra de un individuo, como ha dicho el propio Ortega y Gasset, no puede hacerse en vida sino cuando ha muerto y quizá en este momento sea demasiado pronto para evaluar la obra de Julián Marías.
Julián Marías fue infravalorado como factor fundamental de la docencia, nunca pudo conseguir una Cátedra, a pesar de que la reforma política y especialmente cuando se gestó la Ley de Reforma de 4 de enero de 1997, los tres factores fundamentales que participaron en la misma fueron Torcuato Fernández Miranda, como autor, Adolfo Suárez, como actor y el propio Rey como empresario. Conocían muy bien a Julián Marías y todos estaban deseosos de incorporar al mismo al más alto grado de la docencia. La solución del problema era sencilla, pues todavía pesaban intensamente los perjuicios de la guerra y la reciente posguerra. No obstante el 30 de julio de 1976 el Ministro de Educación y Ciencia, Aurelio Menéndez, proponía la aprobación del Decreto por el que se revocaba la decisión administrativa de privación de las Cátedras a Profesores que habían sido sancionados con la expulsión o que sencillamente habían pedido su baja durante el régimen anterior. Un poco más tarde conectó con Julián Marías para exponer su deseo de crear una Cátedra de Filosofía e incorporarle a la Universidad, a lo que Julián Marías se negó diciendo que era demasiado precipitado y que no estaba preparado para tal acontecimiento. Tal vez fuese una invitación demasiado prematura puesto que años más tarde el también Ministro González Seara creó la Cátedra de Filosofía española, titulada José Ortega y Gasset, en la Universidad Nacional de Educación a Distancia, y en este caso Julián Marías aceptó la invitación y desde ahí pudo desarrollar la labor docente universitaria, como había sido siempre su deseo, deseo quebrado por tantas oscuras circunstancias.
Se han dicho muchas cosas y otras muchas se dirán del fabuloso legado que nos deja Julián Marías. Hay que tener en cuenta que la influencia de este gran filósofo ha sido fundamental para centrar el pensamiento español, especialmente a partir de la juventud con la que siempre tuvo un arraigo prioritario. Los jóvenes universitarios de Madrid se agolpaban para asistir a sus clases, a sus conferencias, para leer sus escritos y para conocer la historia de la filosofía. De él se ha dicho con toda justicia que supo anteponer el concepto de patria sobre lo mundano, para él lo más importante era el pensamiento español, matizar el presente, conquistar el futuro, nada importaba el pasado, “cerrar la puertas del pasado y abrir las ventanas del futuro”, frase acuñada por el propio Julián Marías, que adquieren gran sentido en este momento histórico.
Supo mantener el concepto trascendente de la vida y al mismo tiempo conseguir lo que se ha llamado virilidad del pensamiento español, en el sentido de saber enfocar nuestras ansias, el ímpetu de juventud con la propia realidad de la vida, es decir, actuar con mesura, con realismo, con objetividad y sin pasión sobre el porvenir de España, él nos ha abierto las ventanas al futuro y es sin duda alguna el artífice de la democracia liberal, compatible con la esencia trascendente, que en el fondo de Julián Marías era casi mística.
El hombre El tema del hombre (1943) es un título importantísimo de Julián Marías, así como la Antropología Metafísica (1970) y la Felicidad Humana (1977), pasando por otros estudios muy importantes como La Mujer del siglo XX (1980) y La Mujer y su sombra (1987). En todas estas interesantísimas obras, de un valor filosófico profundo, anida sobre todo el amor por la verdad, por la libertad y por el sentido auténtico de la vida, comenzando por sus obras más propiamente filosóficas como La Historia de la filosofía (1941) o Ensayos de teoría (1954), hasta llegar a otras de carácter más sociológico y descriptivo, como Libertad en el juego (1986) y La educación sentimental (1992), Generaciones y constelaciones, Cervantes, clave española, La educación sentimental, Razón de la Filosofía, Mapa del Mundo personal, Tratado de lo mejor, La persona, Hispanoamérica, La perspectiva cristiana, Entre dos siglos …
Es evidente su relación de admiración con Ortega, Unamuno, Cervantes (El Quijote) y algunos otros como Valle Inclán, Séneca, Galdós, etc.
Volviendo al tema del hombre, a Julián Marías no le preocupa tanto el origen de la vida como el hombre mismo, partía de la idea de que el hombre nace en el nacimiento, y que es obra del amor en el origen del ser humano, mezcla de cualidades genéticas distintas pero componiendo siempre el mosaico derivado de los progenitores (riqueza de la herencia matizada en el genoma). El niño pertenece a sus padres pero no es propiedad de nadie sino de su mismidad, nace libre y con la responsabilidad de cubrir un ciclo de perfección a su paso por la Tierra (periplo vital). Los padres son legítimos administradores y tutores de los hijos pero su pertenencia es de él mismo –mismidad.
Para Julián Marías, en discrepancia con alguno de sus maestros, el hombre es una mezcla de existencia biológica, nace, crece, se reproduce y desarrolla un ciclo vital para terminar con la muerte, y al mismo tiempo es una esencia trascendente que se une a esta misma existencia biológica, para dar como resultado un SER diferente, distinto, como diría San Agustín, que es precisamente el ser humano.
Ortega no era un pensador cristiano pero Julián Marías muestra que su filosofía de la razón vital facilita la comprensión antropológica y metafísica que arranca en el cristianismo. Se ha dicho que este filósofo actualizó la idea judeo-cristiana de la creación, dándole un giro innovador. El punto de vista arranca de lo alto “loto sensu cosmológica”. Desde lo alto de la montaña la perspectiva se conla mejor. Lo más trascendente del hombre, para Julián Marías, viene de arriba: sermón de la montaña, creación de un ser vivo a partir de la nada y se plantea la pregunta: ¿por qué hay algo en vez de nada?
La vida recorre un ciclo y es la oportunidad para conseguir una realización perfeccionante. El hombre ha venido a la tierra para realizarse, no simplemente para cumplir un ciclo como ocurre con los animales y las plantas, en el que en cierta manera apenas participan, puesto que sus actos son decididos por el impulso genético de sus progenitores, siendo prácticamente incapaces de improvisar; mientras que el ser humano ha de crear y al mismo tiempo interpretar la sinfonía genética heredada, por lo cual es responsable de sus actos, compositor y responsable a la vez. Por esta razón Julián Marías pensaba que el hombre ha venido a la tierra para realizarse y que la vida no termina en el ciclo biológico que nos ha tocado desarrollar sino que tiene una trascendencia –continuidad-. Esto lo repitió de una manera clarísima, profunda y dolorosa a la muerte de su mujer Lola Franco, dijo: “yo ya no soy yo, mi familia no es mi familia, mi programa se ha truncado, todo me ha cambiado, sin embargo pienso que la vida no termina aquí, puesto que si terminase en este momento la propia vida sería un engaño”.
La muerte, según Julián Marías, habría que entenderla como un proceso de declinación que lentamente nos está advirtiendo que termina el ciclo y que lo más importante del ser humano (filosofía profunda) es darnos cuenta de que la muerte ha de llegar, no era partidario de la teoría de los inmortalistas, que piensan que el hombre tal vez pueda ser inmortal con el tiempo, gracias a los avances biotecnológicos, y tampoco lo era de la prolongación excesiva de la vida de una manera artificial o inducida. Él pensaba que la vida tiene un justo punto y que efectivamente se va a acabar. Algunas veces repetía: en mi agenda está la fecha en que nací pero no se encuentra la fecha en que debo morir, la vida es una oportunidad.
Se ha dicho que Julián Marías, al igual que San Agustín, sintió la llamada del Creador, que le mostró el texto del Nuevo Testamento “Toma y lee”, del cual sacó la conclusión de que la Naturaleza pasa y que, como diría Heráclito, permanece la fluidez de las cosas y todo es devenir, movimiento; “no nos bañamos dos veces en la misma agua del río”. Su afán, a partir de este momento fue encontrar el alma y conocer a Dios.
Al igual que San Agustín, que no comenzó siendo cristiano (padre pagano y madre santa –Santa Mónica), descubrió que la intimidad es el lugar para conocer a Dios y el alma. El hombre que se proyecta sale de sí mismo, se vacía cuando se queda en las cosas exteriores y por el contrario en la intimidad se encuentra a sí mismo y se acerca a Dios. Dios es la verdad, que no encuentra más que la caridad y el amor, circunstancia que lleva a la libertad. “La verdad os hará libres, ama y haz lo que quieras” (San Agustín). Es evidente esta realidad para Julián Marías, como diría Descartes: “cogito, ergo sum” (pienso, luego existo); soy una res cogitans (cosa que piensa).
Apenas se planteó Julián Marías el origen primigenio de la vida. Él tampoco llegaría a entender la gran preocupación que existe actualmente en los Estados Unidos en relación con el origen de la vida. Contemplaba, no con demasiada preocupación, las dos teorías fundamentales que explican el origen de la vida: la teoría de Hamilton, que entiende que la vida aparece bruscamente (filosofía creacionista), o la teoría de Oparin, que por el contrario admite un origen de la vida único, como parece deducirse de los avances de la Proteonómica y Genómica, a partir de la cual se fueron diferenciando las distintas especies, posiblemente por mutación. La mutación, como ha dicho Zubiri, es un recurso que tiene el ser vivo, animal o planta, para adaptarse a condiciones adversas, en cuyo caso aparecen facultades con las que no contaba, haciendo así posible la pervivencia de la especie, a cambio de ciertas morfologías y funciones que hacen posible el proceso vital.
Respecto a la teoría evolucionista de Oparin parece ser que no habría habido tiempo, teniendo en cuenta el espacio que necesitan las mutaciones para que la vida se hubiera generado simplemente por mutación, mientras que por otra parte la teoría creacionista no tiene demasiados adeptos.
El debate actual, que genera la anterior preocupación, se cifra en que existe una fracción de fundamentalistas religiosos que abogan por una lectura literal del Génesis, frente a otra fracción de científicos que niegan cualquier tipo de intervención divina en el proceso de la evolución, que no cuentan con muchos adeptos.
En realidad en el momento actual a cualquier persona inteligente no se le escapa el carácter mítico que tiene el Génesis respecto a la creación, teniendo en cuenta que el mito, según Platón, es una forma figurada de acceso al “logos”, por tanto se trata de un modo de plantear las cosas para que sean accesibles a la inteligencia humana, lo que por su naturaleza es misterioso y a veces impenetrable al conocimiento humano. En ningún caso se puede contemplar una concepción arcaica de la religión y de la ciencia como conceptos antagónicos y excluyentes: inadmisión de la fe en rechazar el conocimiento científico, inadmisión de la Ciencia en rechazar la existencia de Dios.
Teniendo en cuenta simplemente la idea evolucionista de Darwin, no se puede pensar que la perfección de los órganos de un ser vivo pueda explicarse simplemente con un proceso de evolución, es decir de una sucesión de hechos fortuitos, en los que Dios habría actuado a modo de un tecnólogo omnisapiente y omnipotente, esto no es totalmente admitido.
Mucho más sugestiva es la teoría antropológica y teológica, que la teoría del diseño inteligente, tal como es la promulgada por el jesuita Teilhard de Chardin. El referido investigador, analizando fósiles, pensando sobre la evolución de los órganos a través del tiempo, no se ha atrevido a afirmar que Dios haya intervenido directamente para crear un sistema tan complejo como puede ser el diseño de un órgano humano que funciona a la perfección, tal sería el llamado diseño inteligente.
En definitiva, lo más sustancioso de la hipótesis de la teoría de Darwin es que el ser humano, que no fue creado como un ser superior, que ocupó enseguida la cúspide de Albretch, sino que por el contrario debe interpretarse que este proceso lo fue consiguiendo a través de una selección natural, como un misterioso designio divino, sin que la fe entre en conflicto con los hallazgos científicos. No se puede negar a Darwin por ampararse en Dios ni tampoco se puede negar a Dios para ampararse en Darwin.
Un planteamiento moderno, de acuerdo con los avances de la biotecnología, es que la evolución ha existido, porque la tenemos aquí, la estamos sufriendo cada día nosotros mismos, pero esta evolución no ha servido más que para modular ciertas actividades y ciertos órganos pero no ha tenido que ver seguramente con la creación.
Hay que diferenciar lo que se refiere a la configuración del ser humano, su morfología (anatomía), fisiología, etc., con lo que representa el propio homo sapiens. Es evidente que el hombre empieza como un ser pequeño muy elemental, arborícola, que posteriormente baja a las llanuras, que a continuación cambia la alimentación, que modifica su estructura, que finalmente adquiere una serie de impulsos que le conducen a un fenómeno muy importante que no es el desarrollo físico total, sino lo que se ha llamado el cerebralización, la aparición de la masa encefálica importantísima en el ser humano, cuyo desarrollo (volumen y fisiología) decide la facultad pensante del mismo; así surge el homo habilis, capaz de modificar su entorno, en el que arranca el desarrollo –diríamos- industrial y la evolución tecnológica, el homo habilis, precedido del pitecantecus australiensis y finalmente tends a las grandes líneas bien conocidas de la antropología actual, como son el hombre de neandertal, el hombre de cromagnon, el hombre de Atapuerca, etc., que no son más que diferentes líneas del ser humano separadas y modificadas por condiciones del ambiente sobre el mismo (influencia ecológica), que ha llegado hasta nosotros definiendo nuestra morfología, que no es definitiva, sino que a través de los miles y millones de años que seguramente espera a la vida en el planeta Tierra, el homo sapiens, tres veces sapiens, llegará a la configuración física y mental muy alejada de nosotros. La evolución no ha parado, continúa y no sabemos dónde terminará.
La evolución es innegable, la observamos a través del tiempo y el espacio pero hay que entender que existe una evolución morfológica y otra mental, que arranca del sistema nervioso. Para Julián Marías, a final –después de los miles de años que le quedarán de vida al planeta Tierra- probablemente el espíritu se funda con lo trascendente para identificarse con el Creador.
Julián Marías y la Naturaleza
La muerte sería el final inexorable del ser humano como el de todos los seres vivos. El final del hombre, para Julián Marías, estaría íntimamente relacionado con la Naturaleza. El hombre biológicamente es un componente de la tierra, por tanto la tierra es la madre, la vida es la hija y el hombre es el nieto de la Naturaleza. Proces de la naturaleza y somos de la naturaleza, de manera que la muerte será el final necesario para incorporar a la naturaleza los ingredientes que integran nuestro organismo, esta sería una razón biológica que explica la muerte como final. Nadie tiene derecho a robar de una manera permanente los entos que s recibido, de manera que los ingredientes de nuestro organismo no terminarán sino que se transmiten a otros organismos que nos han de suceder. Un Santo Padre ha dicho: que me entierren directamente sobre la tierra, que es la madre, para que mis elementos pasen directamente a la tierra, no quiero ataúdes ni de zinc ni de madera que eviten este proceso, quiero estar directamente en contacto con la propia naturaleza. Esta razón de carácter biológico es otro de los justificantes de la muerte; la muerte se ha entendido como el triunfo de la especie sobre el individuo, que ha de dejar paso a nuevas generaciones.
¿Qué sabemos de la muerte? La verdad es que sabemos muy poco sobre lo que ocurre después de la muerte. La muerte es el final, es un fallo, generalmente se trata de una quiebra de la salud pero con la muerte aparentemente termina la vida. Platón decía: “sabemos poco de la muerte, porque inmediatamente de la misma el espíritu marcha sin informarnos”. La muerte es la terminación de una vida física, material, transitoria, perecedera. Sin embargo después de la muerte, la vida sobrenatural es saltar el abismo e integrarnos en una vida trascendente, espiritual e infinita. Después de la muerte, el barquero Caronte con su barca transportaba nuestra vida material a la otra orilla donde empieza la vida espiritual que nunca se acaba.
La Naturaleza es por tanto soporte de la vida; el suelo –tierra que pisamos- formado por placas de sial, de sima, etc., es la plataforma para nuestra realización. Julián Marías tuvo muy claro que la naturaleza es lo permanente, es lo duradero. De tal manera sentía este concepto que cada vez que se definía oficialmente una reserva natural, para él era como el ancla que fija la naturaleza y quede como está, esto le producía verdadero gozo. En definitiva se puede decir que Julián Marías fue un verdadero ecologista, conservador en todo caso de los equilibrios biológicos de la naturaleza en los ecosistemas terrestre, acuático y aéreo.
El Profesor Eduardo Martínez de Pichón, Catedrático de Física de la Universidad Autónoma de Madrid, Premio Nacional de Medio Ambiente de 1991, ha dicho: “entre las muchas ideas de Julián Marías, que he incorporado no sólo a mi formación sino a mi vida, hay una que vuelve con insistencia en mi contacto profesional con la naturaleza”. La idea de Julián Marías es que la interpretación de la naturaleza la refería como algo permanente, mientras el entorno social se nos ha hecho algo más móvil, transformable e inseguro, Julián Marías defendía que la extensión del medio natural sobre lo demás contribuía a crear aquellos lugares que Azorín llamaba para la seguridad y el sosiego.
Se ha dicho que cuando se consideraba un espacio natural parece que se pretende conservar una isla –isla de permanencia– pero además de la dinámica inducida por el hombre hay también otras escalas más lentas, procesos naturales de distinto ritmo que indican el valor de la naturaleza como algo permanente. El planeta Tierra parece el lugar elegido para el hábitat del ser humano, junto a todos los habitantes de la biosfera, isla de permanencia bien diferente al resto de los millones de astros que integran el cosmos.
La relación del hombre con el medio que habita es ciertamente interesante y sre conflictiva. La filosofía dominante para este filósofo es el idealismo, que va sre por delante de las cosas. Como diría Ortega “yo soy yo y mi circunstancia”, y añade “y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Salvar la circunstancia ha sido el objetivo fundamental de todos los hombres y en especial de Julián Marías, circunstancia que pocas veces le fue favorable.
Se ha dicho (Shakespeare): somos lo que comemos, del agua que ingiere, del aire que respira y del entorno en que se desarrolla. Este entorno graba algo indeleble en el hombre, que le hace diferente, de esta manera existe la geografía psicológica, que trata de interpretar la manera de ser y estar del ser humano y de los animales, de acuerdo con el hábitat en el que se han desenvuelto, y ello no sólo desde el punto de vista morfológico constitucional del organismo, sino especialmente de la manera de ser, la manera de estar. Este concepto es ciertamente interesante puesto que nos explica las distintas diferencias de pensamiento, profundidad filosófica, religión, etc., en distintas áreas del planeta en relación con el medio en que se vive, de influencia realmente fundamental.
El punto clave de la filosofía de Julián Marías ha sido el concepto especial, seriamente cultivado, respecto a la persona, y dice: el precio de un pensamiento se determina en el pasado con precisión cuando se compromete.
Julián Marías, de acuerdo con la filosofía polteriana de la razón vital, filosofía de la vida, dentro de cuyo espacio intelectual se mueve el hombre con toda su obra, ella es el resultado y la persona es protagonista.
La preocupación por la persona, de Julián Marías, arranca de los estudios que en la época juvenil desarrolla sobre Unamuno y del P. Gratry, etc. (filosofía objeto de su tesis), en los cuales intentaba restaurar la esencia de la metafísica, titulando un trabajo muy importante “Mapa del mundo personal”. Es evidente que el tema de la persona incita a determinadas relaciones y conexiones con el mundo exterior, precisamente la definición de persona la formuló Boecio en el siglo VIII, en su libro sobre la persona, está construida en términos de que la persona está definida partiendo de la sustancia individual de naturaleza racional (persona est racionalis indivilitua sustancia).
El concepto de sustancia lo plantea Ortega al contraponer el concepto de “mi vida” al de sustancia, y opuso así mismo lo que llamó el “ser inteligente”, en que el “yo” y las “cosas” necesitan uno de otras, en esa independencia constitutiva que entraña el vivir. Este concepto lo trata Ortega con toda profundidad: ¿qué es filosofía?
Cuando se habla de sustancia hay que apreciar en qué sentido y con qué alcance se hace. Ortega muestra que es un concepto que ha tenido plena vigencia en el realismo y en el idealismo pero era concebido del mismo modo y sin fisuras entre ambos, cosmovisiones. Julián Marías, en su trabajo sobre Aristóteles dedicado a la política y a la ética, da pistas sobre un tema muy importante, como es la sustancia.
Julián Marías y E
ña
Toda la obra filosófica, ingente obra, de Julián Marías descansaba sobre un amor inquebrantable a España –a su patria-, que no abandonó jamás a pesar de sus vivencias y estancias prolongadas en distintos países, llevando a cabo funciones docentes, de divulgación filosófica, que era efectivamente su vocación. Ante todo, el concepto de España ha sido el norte fundamental de Julián Marías. Algunos han dicho a este respecto que Julián Marías fue un exiliado dentro de su propia patria, porque cuando estuvo fuera de la misma vivió a España junto con todas sus consecuencias y dedicó el pensamiento filosófico más profundo a analizar el prob de España. Julián Marías sintió en sus carnes la tristeza de España y luchó por su grandeza. Compartió tal vez el pesimismo de la obra de su Maestro “La España invertebrada”, pero la analizó desde un punto de vista optimista y redentor.
Dentro del siglo XX es preciso destacar el nombre de algunos personajes muy importantes respecto al problema de España y de los españoles, tales como Ortega, Uridi, D’Ors, García Morente, Aranguren, Crías, Sabater, y otros muchos que han dejado escritos y evidencias de sus pensamientos profundos referentes a la España de nuestro tiempo; ha sido una disciplina viva y vigorosa el tema de España, por supuesto, pero hay que tener en cuenta que estas afirmaciones son incompletas si no incluyéramos el nombre de Julián Marías, que varias generaciones de estudiantes ha sido, es y será un punto de referencia esencial para entender la modernización del alma de España.
Cuando Julián Marías accede a la juventud –22 años-, contemplaba la España dividida, desgarrada y en guerra civil, el pensamiento de Julián Marías, como hemos referido anteriormente fue profundo, fue lastimero, pero nunca cayó en la nostalgia inútil sino que emprendió su trabajo y sus ideas para comprender este tema sin caer en tales situaciones irreversibles y poco productivas.
Contemplando el proceso de la guerra, al final de la guerra civil sobre todo, Julián Marías se encontró con un grupo de personas que admiraban su labor y se admiraban mutuamente en algunos aspectos, tales como Tobar, Aranguren, Laín Entralgo y Ruiz Jiménez. Estas personas amaban a España, por supuesto, estaban contemplando la tragedia de la misma, a veces estaban inquietos porque el tema de la dictadura debería terminar y dar solución al problema. Todos habían estado tildados de una cierta aversión al régimen franquista pero veían con asombro qué pasaría si no triunfa la España nacional y qué ocurriría por el contrario si lo hace la España republicana. Se planteaban dos alternativas entre el paso a la filosofía soviética o por el contrario el mantenimiento de una dictadura perdurable. Como hemos referido anteriormente el concepto de la dictadura española ha sido muy variable, pero Julián Marías de una manera muy inteligente, a pesar de los avatares a veces desagradables, supo mantenerse en forma y anteponer ante todo el concepto