Los deberes profesionales olvidados, principales factores condicionantes de su obligado cumplimiento

 

 

 


Los deberes profesionalesolvidados.


Principales factorescondicionantes


de su obligado cumplimiento

 

Dr. D. Laureano Saiz Moreno

Académico de Número

7 de octe de 1992

 

 

            Excelentísimo Sr. Presidente.Compañeros Académicos, Señoras y Señores.

 

            Ocupo esta Tribuna en cumplimientode la obligada disciplina que voluntariamente ofrecí al solicitar mi ingreso enesta Docta Corporación y que después ratifiqué al leer el discurso de ingresocomo Académico Numerario en la tarde del 8 de Junio de 1976.

 

            Figura en el Artículo 20 de nuestrosvigentes Estatutos: “Son deberes de los Académicos efectuar los trabajosque se les encomienden”, y el 32/3, al referirse a la inauguración de cadaCurso: “seguidamente el Académico Numerario a quien corresponda, por ordende antigüedad en el cargo, procederá a dar lectura al Discurso de apertura,cuya extensión no excederá de 45 minutos de duración”.

 

            Al disponerme a cumplir con estaobligación corporativa, como siempre ocurre en casos parecidos, el principalescollo fue la elección del Tema. Se me presentaban dos disyuntivas: Una deellas era desempolvar alguna de las carpetas archivadas en mi despacho, en quehe ido acumulando durante mi dilatada actividad profesional informacióncientífica, personal o ajena, que bien podía haber sido relacionada con lagenética bacteriana, completando así la conferencia con que inauguré lassemanas científicas en el pasado Curso, como habéis escuchado en la Memoria queacaba de leer nuestro Secretario General, que hubiera podido llevar el título”El Escherichia coli y sus fagos en las investigaciones de genéticabacteriana”. Pero esta idea fue desechada al interpretar fielmente elencargo de los Estatutos que esta Academia me ha encomendado ya que, a mijuicio, esta disertación debe tener un carácter más de tipo corporativo yprofesional, ajustándome, además, a la definición dada de Discurso por elDiccionario de la Real Academia de la Lengua: “Serie de palabras y frasesempleadas para manifestar lo que se piensa o escribe, de no mucha extensión,dirigida por una persona a otras, sobre una materia concreta”. Fue porello por lo que, en lugar de acudir a escudriñar en mis carpetas, lo hice en elbaul de los recuerdos.

 

            Nuestro Premio Nobel, D. SantiagoRamón y Cajal, escribió: “Dichosos los que son felices con susrecuerdos”. Otros, por el contrario, se lamentan de que los ancianosdedican demasiado tiempo a esta actividad. Entre ellos don Pio Caro Baroja queconsidera los recuerdos como “un mal continuo de la vejez”, los malospor esta condición y los buenos por perdidos, semejándolos al reuma o a laarteroesclerosis.

 

            Un mal, dice, sin posiblemedicación. Incluso echa de menos la existencia de una píldora ante-recuerdosque pudiera ser adquirida en las Farmacias sin receta. A mi entender, losrecuerdos no son malos, siempre que se dosifiquen, alternando con el trabajo. Yesta podría ser la píldora que solicitaba Don Pio.

 

            Acudir a los recuerdos es como hacerexamen de conciencia de nuestras actividades pasadas, y yo suelo hacerlo confrecuencia aprovechándo los cada día más prolongados insomnios. Y hoy y ahorame propongo hacerlo en voz alta ante vosotros.

 

            En el intento de buscar entre misrecuerdos alguno que pudiera facilitarme el Tema para este discurso, surgió unoque, por su interés profesional, se transformó en lo que ahora denominan lospsiquiatras “trauma”. Y este era, precisamente, EL OBLIGADOCUMPLIMIENTO DE LOS DEBERES PROFESIONALES OLVIDADOS.

 

            Pero antes de seguir adelantedesarrollando este Tema, me veo obligado a hacer dos breves advertencias:

 

            En primer lugar, pedir disculpas yaque, dada la filosofía del Tema, cuyo enunciado completo ya conoceis,necesariamente tendré que hacer referencia a alusiones que alguien pudierainterpretar como culto a la personalidad. Quiero por ello anticiparme a estaposible crítica advirtiendo que a mi edad, ya cumplidos los 86 años, nonecesito hacer curriculum o intentar acumular méritos. Ni siquiera me apetecerecibir alabanzas. Se tratará simplemente de un examen de conciencia en vozalta, contestándome a una pregunta que me he hecho con frecuencia: ¿Qué puede ydebe hacerse en beneficio de la profesión?.

 

            En segundo lugar, que en contra demi costumbre de “pronunciar” las conferencias, me he de limitar a”leer” por disciplina ya que, como acabo de decir, en los Estatutosde esta Academia se establece que “el Académico de turno procederá a darlectura…”. Cuando por obligación o voluntariamente he tenido que ocuparuna tribuna, he preferido exponer ideas oralmente para poder después contrastarlasen un posterior coloquio. Pero esta vez me veo obligado a leer lo que tengoescrito, aunque reconozco que, de este modo, me ha sido más fácil ajustar eltiempo para no rebasar los 45 minutos reglamentarios. Los comentarios quedarána vuestro propio criterio, si es que algo de lo que vais a escuchar puederesultaros de interés.

 

            Para tratar de seguir los consejosde Cicerón, cuando aconseja comenzar las conferencias justificando los temaspropuestos, tengo necesidad de introducirme en el túnel del tiempo.

 

            El día 7 de enero de 1930, a lasnueve de la mañana, visitaba al Inspector Provincial de Sanidad de Ciudad Real,en su domicilio particular, que era donde tenía su oficina, para tomar posesióndel cargo de Jefe de la Sección Veterinaria del Instituto de Higiene,acompañado por el Inspector Provincial de Higiene Pecuaria Don Antonio ErañaMaquivar. Casi antes de desprender la mano con la que correspondió a mi saludo,me dirigió estas palabras: “Le felicito por haber obtenido este cargo,pero no me explicó lo que un veterinario puede hacer en Sanidad”.

 

            No creo que tenga que agudizar elingenio para haceros comprender el lamentable impacto que esto me produjo.

 

            Llegué a Ciudad Real lleno deilusiones, no sólo por haber conseguido este cargo por oposición, apenascumplidos los 22 años, en reñida competencia con profesionales tan consagradoscomo Vidal y Munne, Carda, Respaldiza (Don Eduardo), García Bengoa y muchosmás, sino por haber podido asistir en Octubre de 1929 gracias a una Beca de laInspección General de Sanidad Veterinaria, que regentaba Don José Niceto GarcíaArmendaritz, a dos importantes reuniones científicas en donde se trataronprecisamente temas directamente relacionados con lo que entonces se denominabaSanidad Veterinaria. Me refiero a la Asamblea Veterinaria organizada con motivode la Exposición de Sevilla, celebrada del 21 al 27 de octubre y elequivocadamente llamado Primer Congreso Nacional Veterinario (ya se habíacelebrado anteriormente otro, organizado por Téllez Vicen y Espejo del Rosal en1882). El ahora mencionado tuvo lugar, coincidiendo también con un eventoInternacional en Barcelona, del 21 al 27 de este mismo mes. Aprovecho laocasión para comentar que, justamente en este año de 1992 se han celebrado enlas mismas ciudades acontecimientos internacionales parecidos en los quenuestra profesión, por el contrario de lo que sucedió en 1929, ha brillado porsu ausencia.

 

            Pero volvamos a la insólitamanifestación del Inspector Provincial de Sanidad y a mi réplica. Una vez escuchadaesta sorprendente afirmación del que sería mi Jefe, por recaer en el InspectorProvincial de Sanidad la dirección del Instituto de Higiene, mi reacción fueenérgica, en lo que consideré como una ofensa profesional.Y sin más, eché manoa mi cartera, en donde llevaba la Real Orden número 181 de 1929 por la que secreaban las mencionadas Jefaturas de Sección y con voz enérgica y provocativa,sigilosamente frenada por mi acompañante, leí el contenido del párrafo cuartodel artículo único que literalmente decía: “Serán misiones de losveterinarios de los Institutos Provinciales de Higiene, los análisis desustancias alimenticias de origen animal, determinadas en el Real Decreto de 22de Diciembre de 1920, el estudio y la lucha mancomunada de las enfermedades delos animales transmisibles al hombre, los análisis clínicos de los productospatológicos de aquella procedencia y la preparación y cuidado de los animalesdedicados a la experimentación y preparación de productos inmunológicos”.

 

            Fue mi primera rebeldía profesional.No tuve contestación. Tanto yo como mi compañero Eraña notamos su disgusto. Sinmás nos despidió recomendándome que me trasladara al edificio del Instituto endonde me darían oficialmente posesión de mi cargo.

 

            En el camino, como es de suponer,comentamos el incidente, prometiendo al compañero Eraña, que desde aquelmomento dedicaría toda mi vida a tratar de demostrar el importante papel quenuestra profesión tenía al servicio de lo que yo ya denominaba Salud Pública,para evitar la confusión de entonces, y aún de ahora, de que sólo a unaprofesión, que no es la nuestra, se la responsabiliza de salvaguardar la saludde los españoles. La defensa a ultranza de esta promesa ha permanecido,originándome algunos disgustos que, por falta de tiempo, no me es posibledetallar.

 

            Confieso que esta decisión era tansólo un propósito innominado. Lo del cumplimiento de los derechos profesionalesolvidados vino tres años después. En una importante revista médica pude leer elresumen de una Conferencia que había pronunciado el Ilustre Profesor Marañón enel Centro Cultural del Ejército de la Armada y que después formaría el primercapítulo de uno de los libros que con más cariño conservo en mi biblioteca,titulado “Raiz y Decoro de España”, editado en 1933 por Espasa Calpe.El capítulo se titula LOS DEBERES OLVIDADOS.

 

            Escribió Don Gregorio entre otrascosas: “Cada persona pertenece a un grupo de individuos empeñados en unaempresa común (en nuestro caso la Profesión Veterinaria) y esto obliga alcumplimiento de unos deberes en su defensa, aparte de los individuales”.Por nuestra parte, muchas veces he dicho y es ahora ocasión de repetirlo, quela categoría social de nuestra profesión, tantas veces con razón exigida, tansólo será una realidad cuando de verdad nos lo propongamos los individuos quela componemos, anteponiendo los deberes comunitarios a los individuales que,por otra parte, no son incompatibles.

 

            Pienso, y quisiera estar equivocado,que en la actualidad existe una crisis en el cumplimiento de estos obligadosdeberes predominando, por el contrario, la exigencia de derechos y es por ésto,entre otras cosas, por lo que me he decidido a elegir esta preocupación comoTema.

 

            Si de verdad queremos que laVeterinaria ocupe el papel que le corresponde en la sociedad actual, llena deinquietudes, debemos preguntarnos seriamente cuales son esos deberesprofesionales y tratar de cumplirlos. En cada una de nuestras actuacionespúblicas o privadas, tenemos que pensar mas en nosotros mismos, en que actuamoscomo miembros de una corporación y esto es aun más exigente en la nuestra porrazones obvias. Ninguna ofensa mayor he recibido en mi larga vida profesionalque cuando en una ocasión, después de intervenir en un debate científicorelacionado con las necesarias medidas a tomar para controlar una zoonosis, unode los asistentes, tal vez con propósito de halagarme, me dijo: “es unalástima que sólo seas veterinario”.

 

            Y pasamos a la segunda parte delenunciado del Tema de esta disertación “PRINCIPALES FACTORESCONDICIONANTES DEL OBLIGADO CUMPLIMIENTO DE LOS DEBERES PROFESIONALES”.Con ello, me propongo analizar las razones, favorables o inhibitorias, quepueden influir en el cumplimiento de los denominados deberes comunitarios,tratando de ensalzar los que considero positivos e intentando con ello ganaradeptos en favor de mi temática.

 

            Como estos deberes positivos sonmuchos, la limitación del tiempo disponible me obliga a seleccionarlos. Voy acomenzar por dos que considero del mayor interés. Se trata de la vocación y laética.

 

            La vocación supone simplemente unaaptitud que se suele definir como “determinación firme en los propósitos ysolidez en las metas, sin desanimarse en las dificultades, pensando que todo logrande es hijo del esfuerzo y del renunciamiento”. El que tiene voluntades más libre, ya que puede llevar sus aspiraciones a donde más le convieneporque sabe vencer los caprichos, siendo capaz de renunciar a satisfaccionesinmediatas pensando más en el futuro. Nunca he olvidado un consejo de mi padrecuando elogiaba el trabajo. En la sociedad, decía, los listos y los tontos sonlos menos. El éxito es para los que ponen esfuerzo en conseguirlo.

 

            El maestro Marañón trató dejustificar, con un claro ejemplo, este significado, explicando que, en general,existen tres tipos de profesionales. Unos, los malos, aquellos que sólo aregañadientes llevan a cabo la labor que se les exige para evitar serexpedientados. Otros, los buenos, los que cumplen bien sus obligaciones aunquepensando exclusivamente en su provecho personal. Y en el tercer grupo colocabaa los excelsos, los que no solamente cumplen con afán e ilusión susobligaciones, sino que inventan nuevos deberes, sobre todo en beneficio de losdemás. Estos serían los representantes de la auténtica vocación y modelo de loque supone, a nuestro juicio, ejemplo del cumplimiento de lo que ya venimosreiteradamente denominando los deberes profesionales olvidados.

 

            La ética puede ser considerada comoparte de la filosofía que trata de las obligaciones del hombre, en este caso delos profesionales, respecto a la comunidad a que pertenecen. Vocación y éticason coherentes. A los individuos que forman parte de una comunidad, en nuestrocaso la profesión veterinaria, no sólo se les debe exigir que la ejerzan, sinotambién que lo hagan con dignidad y, dentro de esta exigencia, nosotrosañadiremos “con prioridad en el cumplimiento de los derechos profesionalesolvidados”. Esto supone tener fe y orgullo por pertenecer a unacolectividad voluntariamente elegida. Sin vocación y ética, la ciencia másprofunda se embota y se convierte en simple miscelánea.

 

            La ética profesional brota como unaflor espontánea de vocación. El profesional veterinario bien preparado en elsentido humano en integral, debe cuidar mucho de que sus actividades esténmarcadas por estrictas normas éticas que sirvan de estímulo a sus compañeros yde admiración a otras profesiones afines. Y esto no es nada difícil. Se tratasimplemente de utilizar una recta conciencia, ayudada de sentido común y con elcomplemento obligado de amor a la profesión, sin enmascaramiento de propósitospuramente individualistas.

 

            De la ética forman parte principiostan elogiosos como “esfuerzo”, “sacrificio” y”constancia”, que en la actualidad, desgraciadamente, se estáncambiando por lo “lúdico”.

 

            En estos tiempos demasiadomaterialistas, muchos profesionales se preocupan exclusivamente por un afándesmedido de cosechar dinero, del modo que sea, olvidando que es imprescindibleatenerse a las reglas de la ética, anteponiendo a cualquier otro propósito eltesón y la dignidad profesional. Y no vale como disculpa el que también otrosprofesionales lo hacen sin que nadie se lo reproche. Los más puritanos echan demenos la existencia de unas normas deontológicas a semejanza del juramentopropuesto por Hipócrates para los que se dedicaban al arte de curar quemarcarán, aunque no fueran de obligado cumplimiento, las normas a seguir enrelación no sólo con los deberes profesionales individuales sino también conlos colectivos y que al menos sirvieran de advertencia a aquellos que conargumentos rebuscados, tratan de justificar sus intereses bastardos, contrariosa los más elementales principios de la ética profesional. Y en estas normasdeontológicas debería recalcarse, además, el concepto de EFICACIA, quedesgraciadamente también esta perdiendo su verdadero significado en los tiemposque corren. La historia nos da cuenta de que en la floreciente democraciagriega, era práctica usual de que todos los profesionales que desempeñaban cargospúblicos, dieran cuenta anualmente del cumplimiento de sus obligaciones,sometiéndose a la crítica de representantes escogidos pertenecientes a supropio colectivo profesional.

 

            Otro importante factor, en quemuchos se escudan para justificar la eximente en cumplir con los deberesprofesionales es LA VEJEZ.

 

            De la repercusión de este período dela vida y de como la han utilizado ilustres personalidades para seguir sirviendo a la comunidad y más concretamentea la profesión a la que pertenecen, tenemos muchos ejemplos que nos puedenservir de pauta ética. Recordemos por ejemplo el maravilloso libro de DonSantiago Ramón y Cajal “El mundo visto a los 80 años, impresiones de unarterioesclerótico”, que fue su última publicación. Terminó de escribirlo enel mes de mayo de 1934 y falleció el 17 de octubre de ese mismo año.

 

            Con este libro, nuestro premio Nobelintentó y consiguió comparar dos estados sociales separados por un intervalo desesenta años, demostrando como se puede seguir trabajando aunque oficialmentese trate de anular con la jubilación la actividad creadora.

 

            Es cierto que con la edad se vanperdiendo algunas importantes facultades tanto físicas como mentales. Pero conun trabajo ordenado es fácil seguir en la brecha haciendo uso de dos recursosfundamentales: la ilusión y la tenacidad.

 

            Otro ejemplo puede ser el deMenéndez y Pelayo. Cuando murió le faltaban sólo cuatro meses para cumplir loscien años, llegando a esa edad en plenitud del saber y del afán de enseñar.

 

            Para Azorín, muchos justifican conla vejez la pérdida de curiosidad y sobre todo de ilusión. Recomienda salvaresta flaqueza con el firme propósito de trabajar al servicio de la sociedad sinexigir nada en compensación.

 

            Nos contaba en uno de sus últimosartículos el recientemente fallecido Martín Descalzo, que cuando le preguntabael Padre Llorente lo que pensaba al cumplir sus ochenta años, contestaba quetodavía se podía seguir sirviendo a los necesidades y que de lo único que selamentaba era de las incalculables horas perdidas que podía haber aprovechadoen beneficio de la humanidad.

 

            También entre nuestros compañerosveterinarios podemos exhibir algunos que han cultivado con dignidad elcumplimiento de los deberes olvidados con respecto a su profesión. Como ejemplome permito señalar a Don Juan Morcillo y Olalla, el padre de la inspección dealimentos, que tanto prestigio ha dado a la veterinaria sanitaria, que en laactualidad se encuentra en grave peligro de que nos sea arrebatada si no nosesforzamos en defenderla sin  pensar enprovechos individualistas.

 

            Don Juan, con sus libros, artículosy sobre todo con sus famosas cartas, sólo se proponía, según sus propiaspalabras, demostrar que correspondía a la profesión veterinaria todas lasfacetas de la inspección de alimentos, tanto de origen animal como vegetal.Decía convencido que “esta faceta sería la aurora que iluminaría eldeseado día de la regeneración de la clase”. Sin duda alguna, escribió,será el primero y más esencial escalón que debe fabricarse, que nos ha deconducir muy pronto y directamente, a la adquisición de nuestros desatendidosderechos, con la consiguiente consideración social que, por nuestra carrera yconocimientos, nos corresponde. Estas palabras, llenas de espíritu profesional,fueron escritas en 1882.

 

            En una de sus célebres cartas,aludía a la cobardía profesional imperante. Los veterinarios, decía, o son muyinocentes o tienen poco entendimiento y ningún amor a la profesión, porquetodos están sumidos en el silencio que nos mata moralmente. Han pasado muchosaños pero las sugerencias de este ilustre veterinario no han perdidoactualidad.

 

            Los que han sabido sacar sentidopráctico a su avanzada edad, coinciden en señalar, como fórmula mágica, lapalabra ADAPTACIÓN, con el simple significado de “saber ser viejo”sin perder la ilusión, contrario al aburrimiento, que es imprescindible evitara toda costa, y con ello al también terrible fantasma de la soledad, tan vecinoa la muerte, que suele constituir obsesión en las conciencias de muchos en cuantoles llega la jubilación. Y esto ocurre no por pensar que el fin de la vida seacerca, sino más bien por sentirse olvidados, sobre todo los que, por haberalcanzado puestos importantes donde fueron frecuentemente halagados, se dancuenta que los favorecidos ya no los recuerdan y si a alguno no pudieroncomplacer siguen manteniendo su enojo aprovechando cuantas ocasiones se lespresenta para descalificarlo tratándolo, cuando menos, de personaje mediocre.Me gustaría que esto sirviese de reflexión para los que aún no han llegado alos temidos 65 años y ocupan cargos profesionales.

 

            Cuando me encuentro aburrido, lo queafortunadamente aún, gracias a Dios, no es frecuente, me da por revisar lasfotografías que he ido reuniendo, recuerdo de reuniones profesionales ocientíficas y contemplo, con mucha pena, que la mayoría de los que meacompañaban ya nos han abandonado.

 

            ¡Cuántas ilusiones desvanecidas ytambién ambiciones de los que su única preocupación era adquirir méritos oprebendas, el ingresar en una Academia, obtener una Cruz o poder presidir unaSociedad!.

 

            Como resumen de estasconsideraciones me atrevo a sugerir que el trabajo físico o intelectual de lavejez es lo menos aburrido y lo más higiénico que puede hacerse. Por otraparte, no debemos olvidar, cuando se entra en la senectud que Dios nos haconcedido, que hay que tomarlo como un honor y no como un castigo que se quiereeludir, haciendo muecas a la fatalidad. La vejez se debe aceptar sin ridículospero también sin contraproducentes pretensiones disfrazadas, tomándola con susnaturales limitaciones. Es lo que Don Ramón Menénez Pidal, otro ancianoilustre, ha denominado “amabilidad de la vejez”. En otras palabras”mantener la ilusión” o “soledad activa”,

 

            El SENTIDO DEL DEBER puede ser otro delos factores positivos en el cumplimiento de nuestra responsabilidadcomunitaria. Tampoco se rige por normas legales exigibles sino que esconsecuencia de la ética y la moral a que anteriormente nos hemos referido. Yotra vez tenemos que acudir a los saberes del maestro Marañón, que a esterespecto ha dejado escrito: “Frecuentemente se discute como afrontar losdeberes que nos impone la ética profesional, lo que en realidad no es otra cosaque querer esquivar su falta de decisión, para responsabilizarse en elcumplimiento de sus deberes comunitarios”.

 

            También con la enseñanza se puedecontribuir al cumplimiento de los deberes profesionales olvidados. El hombre deciencia no lo es por entero si no trata de transmitir a sus compañeros deprofesión lo que él aprendió, los caminos seguidos para adquirir estosconocimientos, los escollos encontrados e incluso los errores cometidos.

 

            En principio pensé añadir al Temapropuesto, un nuevo enunciado que se podía haber titulado “Predicando conel ejemplo”, pero a última hora me dio un poco de vergüenza el dedicarunas páginas a intentar justificar que he tratado de cumplir mi promesa de hace62 años. Prefiero dejar constancia de lo que de ello han escrito dos ilustrescompañeros, ya desgraciadamente fallecidos. Me refiero a Don Félix Sanz Sánchezy a Don Rafael González Alvarez, aprovechando esta ocasión para rendirles mimás afectuoso recuerdo de cariño y admiración.

 

            Don Félix escribió en el discursocontestación al que yo pronuncié con motivo de mi ingreso en esta RealAcademia: “Saiz Moreno ha tenido y mantenido durante toda su vidaprofesional, una sola dedicación: la Sanidad Veterinaria, y un sólo anhelo: elPerfeccionamiento y la Grandeza de nuestra profesión. Cultivó el exotismoacadémico de su ciencia, dedicando parte de su vivencia científica a laenseñanza a todos los niveles. Nunca perdió la oportunidad de enseñar, deaprender enseñando, siguiendo el Lema de SABER, HACER SABER Y SABER HACERSABER. Es deseable que por muchos años mantenga este espíritu científico yprofesional que siempre le ha caracterizado”.

 

            Entre mis recuerdos con más cariñoconservado, se encuentra una carta escrita “de su puño y letra” porDon Rafael González Alvarez, para agradecerme el trabajo que había publicado enla revista SYVA, dedicado al merecido homenaje organizado por esta revista, quetitulé “Nuevos problemas Zoonósicos y sus posibles repercusiones en laSalud Pública”. La carta de referencia tiene fecha del 20 de febrero de1976 y de ella he tomado el siguiente párrafo, cuya lectura me emocionó y losigue haciendo cada vez que lo vuelvo a leer: “Ha tenido el acierto derecordar aquella época del Consejo General de Colegios Veterinarios en que yoera Presidente y usted representaba a la Sanidad Veterinaria, en que hicimos laexperiencia de una convivencia fraternal, con el mayor respeto a las opinionesde cada uno. Todo esto lo contemplo ahora desde este final tan inesperado de mivida como un sueño feliz en el bregar por una veterinaria mejor en queemocionalmente estábamos empeñados. Hemos coincidido en afirmar rotundamente elpapel sanitario del veterinario en el cuadro de la sanidad humana, malcomprendido por muchos de nuestros propios compañeros y por eso, no sabe cuantocelebro que en esta orientación haya alcanzado un bien ganado prestigio por suadmirable tenacidad. Realmente es una vergüenza el desfase tan descomunal entrela legislación relacionada con la Zoonosis y la realidad cuantitativa deenfermedades que de día en día pasan a incrementar este tipo nosológico y haceusted bien en llamar la atención”.

 

            Y como final de este discurso, voy apermitirme hacer unas sugerencias con especial referencia a las jóvenespromociones que tal vez en demasiada cantidad se están incorporando estosúltimos años a nuestra profesión, con la incertidumbre de poder encontrar unpuesto para ejercerla, lo que cada día les va a resultar más difícil. ¡Otra vezla sombra tenebrosa de la plétora, que sufrieron las promociones de los años 50y que consiguieron superar con dignidad y sentido profesional!.

 

            Es este mi consejo: En vuestrasdificultades, antes de exigir derechos a la profesión que libremente habéiselegido, debéis meditar lo que podéis y debéis hacer para engrandecerla, esdecir, el cumplimiento de lo que he venido reiterada y machaconamentedesignando “los deberes profesionales olvidados”. Quisiera, deverdad, imbuir en cada uno de vosotros el propósito que me planteé hace más de60 años, al comienzo de mi vida profesional, y que no he olvidado ni un sólodía.

 

            Doneidad, laboriosidad, eficacia,voluntad, entusiasmo, ética y compañerismo, pueden ser recetas válidas paraafrontar con dignidad las dificultades que vais a encontrar en el desempeño devuestras actividades profesionales. Tratar de aprovecharlas y estad seguros quelo demás os llegará por añadidura.

 

            El crear e incentivar esta inquietudpuede y debe ser una de las principales preocupaciones de nuestra Academia. LasAcademias profesionales nacieron de la rebeldía de unos cuantos para oponerseal anquilosamiento de la Administración. Con valentía debemos mantener estarebeldía, tanto en lo científico como en lo socioeconómico.

 

            Nuestra será la responsabilidadhistórica si lo que con tanto trabajo e ilusión hemos conseguido, no estamosdispuestos a defenderlo e incrementarlo, compromiso que, por otra parte, estáperfectamente destacado en nuestros Estatutos.

 

            Y eso es todo. Muchas gracias porvuestra atención.

 

            HE DICHO.