07 Mar La evolución del toro de lidia
La evolución del toro de lidia
Es casi seguro que somos los españoles los que más sabemos del toro bravo y de los festejos de toros. Aunque, quizás no tanto como nos creemos o como sucede con tantas cosas de las que creemos saber mucho, porque despreciamos lo que ignoramos. A veces me han sorprendido personas que conocen absolutamente todo sobre un torero o una época del toreo, o sobre una casta o todas las castas y, curiosamente, esas mismas personas ignoran los aspectos verdaderamente fundamentales de la Fiesta.
El conocimiento taurino está muy fragmentado, incluso muy compartimentado. Por ese motivo, nunca se acaba de conocer todo lo que se refiere al tema, aun cuando existan toreros, ganaderos, mayorales, apoderados, críticos taurinos, mozos de espada o chulos de toriles que son excelentes profesionales y saben todo lo necesario para ejercer su profesión. Lo que conocen no siempre lo comparten y suelen expresarse con tal rotundidad sobre las nebulosas que quedan alrededor de sus conocimientos, que parece que efectivamente saben, sobre todo si no se ahonda en la profundidad de su saber.
“Ningún español sabe nada que merezca la pena, dicho sea para su vergüenza”
, dijo D. José Ortega y Gasset refiriéndose a la fiesta de los toros y a continuación explicaba que él era “el único que de verdad, en serio y con todo el rango de la más reciente intelección científica se ha elaborado la historia de los toros, de esa fiesta que durante dos siglos ha sido el hontanar de mayor felicidad para el mayor número de españoles”.
Parece que Don José en estas afirmaciones fue excesivamente rotundo o, quizás, cayó en el mismo defecto -para su vergüenza- de muchos españoles, al creer que de toros nadie sabía tanto como él.
No creo que proclamar al más sabio en esta materia lleve a ningún sitio, entre otras cosas porque el que se atreviera a hacerlo sería tachado de muchos defectos y, sobre todo, del más grande, en el que sin duda coincidirían todos los miles de aspirantes: el hipotético decididor de ese premio no tiene ni idea de toros.
Si se pasea en los días de “Cartel de Lujo” por los pasillos de Las Ventas, La Maestranza o de las plazas de Olivenza o de Valdemorillo, seguro que descubrirá a los que, sin aspirar públicamente al título, están absolutamente seguros de ostentarlo, porque se les nota en la mirada, en la forma de coger el puro, en el color de la corbata, en el pañuelo de bolsillo, en el abrigo de ante con cuello de “mouton” si es en invierno, o en la forma de echar el brazo por los hombros de la señora o señorita, que se ha vestido y acicalado para ir a los toros con el hombre que más sabe.
Yo también tengo un candidato a este puesto, pero no se le nota y no digo su nombre porque no me lo va a agradecer, ya que nunca leerá estas líneas -no porque no sepa pues, aunque con dificultades, aprendió hasta las cuatro reglas en el pueblo y luego a hacer los recibos que su profesión de taxista le exigía-. No las leerá porque no le interesa para nada este tema, pero si usted se anima puede descubrirle en una grada de Las Ventas todos los domingos de marzo y los de agosto, e incluso en las nocturnas, y como pista les diré que no lleva corbata, ni fuma puros, ni lleva a su mujer a los toros y, además, es muy fácil encontrarse con él y oír sus oportunos comentarios que resultan lecciones magistrales, aunque eso sí, sólo habla cuando coge confianza.
De toros se ha escrito novela, ensayo, biografía, historia, poesía, épica, lírica, costumbrista…, sobre ellos han pintado realistas, impresionistas y cubistas y han esculpido imaginativos y clásicos. Se han compuesto coplas, zarzuelas, tangos, boleros, pasodobles y corridos, se han hecho películas de amor y toros, de pena y toros, de risa y toros, de sexo y toros y de casi todo lo demás y se ha bailado, imitando a veces al torero y a veces al caballo del picador. También se han editado sellos, cromos, cajas de cerillas, calendarios, carteles, programas de mano… No creo que haya habido ninguna actividad tan difundida por las ciencias y las letras.
Hay una línea en la que no se ha profundizado demasiado y que, sin embargo, está en el origen de la Fiesta, porque el fin del toro fue siempre ser comido e incluso muchas veces la lidia no era más que una forma de sacrificar al animal, como paso previo a su consumo. Aunque quizás no sea exacto afirmar que no se ha profundizado y sea más acertado decir que no se ha sabido sacar provecho de esta carne excelente, porque la relación toro-comida siempre ha estado presente en nuestra cultura y sobre todo en nuestras fiestas y celebraciones.
Las diversas teorías sobre los orígenes del toro de lidia y de la fiesta
Don José Daza fue picador –y de los mejores- de toros bravos cuando picar era un auténtico arte, porque sobre un caballo sin defensas
había que dominar a un toro, con la exclusiva ayuda de una puya. Don José era un ilustrado y su saber lo expuso en su obra “Precisos manejos y progresos, condonados en dos tomos, del más forzoso peculiar arte de la agricultura, que lo es del toreo privativo de los españoles”, publicada en 1778. El picador, con o sin ironía –que en esto no están de acuerdo los comentaristas de su obra-, sostenía que el Paraíso Terrenal, cuando existió, estuvo ubicado en Andalucía. El pecado de Adán y Eva -que tan funestas consecuencias tuvo- hizo, además, entre otras cosas, que los animales de compañía se volvieran fieros y los toros -que Dios dio al hombre para que le ayudasen en sus tareas agrarias- se hicieron bravos. Adán, ya expulsado del Edén, añoró la falta de colaboración que antes prestaron estos animales y decidió reducirlos y domesticarlos, lo que le convirtió en el primero torero de la Historia.
Los medios de comunicación no ofrecieron demasiada información sobre la actividad y por ello se produjo un silencio que duró varios siglos, hasta que el Emperador Julio César –no se sabe bien si por propia decisión, empujado por un apoderado o animado por un asesor de imagen- se convirtió en el primer torero del que tenemos noticias en los tiempos históricos.
Origen romano
Juan de Mariana fue un jesuita español, que nació en Talavera de la Reina y que, promocionado por la Orden, vivió durante muchos años en París y en Roma antes de fijar su residencia en Toledo. Tuvo problemas en el seno de su comunidad, pero aguantó las presiones sin salirse y sin apuntarse a dirigir radicalismos racistas, a pesar de haber justificado, que en eso estaba en línea, el regicidio.
Tocado por el espíritu trascendentalista, escribió nada menos que la “Historia General de España”, que tiene un estilo humanista en el que cuida la estética, incluso por encima de las ideas.
El referido jesuita, en su libro “Tratado de los juegos públicos”, basado en escritos de Tertuliano, Lactancio y San Isidoro, sostiene, con fuerza, que la fiesta de toros tiene su origen en las “venationes” que, según Marco Terencio Varrón, se celebraban en el estadio Flaminio de Roma. Desde allí, llegaron a España, donde la afición a este espectáculo fue grande desde el principio “siendo los toros más bravos que en otras partes, a causa de la sequedad de la tierra y de los pastos, por donde lo que más había de apartar destos juegos, que no es ver despedazar a los hombres, eso los enciende más a apetecellos, por ser, como son, aficionados a las armas y a derramar sangre, de genio inquieto, tanto, que cuanto más bravos son los toros y más hombres matan, tanto el juego da más contento; y si ninguno hieren, el deleite o placer es muy liviano o ninguno”.
La teoría romana no fue sólo del Padre Mariana, algunos otros autores, como Casiano Pellicer, Lozano o el francés, Dayot, también la han mantenido.
Origen árabe
Nicolás Fernández de Moratín fue -todo lo contrario que el Padre Mariana- un tanto afrancesado, liberal y antifundamentalista e incluso, en algún momento, antinacional para el criterio de entonces, pues así se le tachó por atreverse a criticar a Lope de Vega y a Calderón en su obra
“El desengaño del Teatro Español”
. No parece que estos antecedentes fuesen muy propios de un aficionado a la tauromaquia y, sin embargo, la
“Oda a Pedro Romero”
, la
“Fiesta de Toros en Madrid”
y, sobre todo, su
“Carta histórica sobre el origen y progresos de las fiestas de toros en España”
, dirigida al Príncipe de Pignatelli, demuestran que fue un buen conocedor.
La teoría de Moratín afirma que el origen de la fiesta de toros –al menos con las características con las que se practicaba en su época- era árabe y que los primeros espectáculos tuvieron lugar en Toledo, Córdoba y Sevilla.
Moratín sostiene que no se puede ligar el toreo con las fiestas de dominio de animales salvajes que se efectuaban en Roma, porque
“aun cuando entraron toros en los anfiteatros romanos, era con circunstancias tan diferentes que, si en su vista se quiere insistir en que ellas dieron origen a nuestra fiesta de toros, se podrá también afirmar que todas las acciones humanas deben su origen a los antiguos”
.
Cuando los españoles llegaron al Orinoco, descubrieron que los indios de la región lidiaban feroces caimanes y como su destreza en esa tarea fuese tanta, Moratín concluye que
“burlar y sujetar a las fieras de sus respectivos países, ha sido siempre ejercicio de las naciones que tienen valor naturalmente, aun antes de ser éste aumentado con artificio”
.
En su opinión, no fue Julio César, sino el Cid Campeador, el primero que alanceó toros a caballo y lo hizo por
“bizarría particular”
porque, según parece, por aquel entonces las fiestas cristianas con animales
“se reducían a soltar en una plaza dos cerdos y luego salían dos hombres ciegos, o acaso con los ojos vendados, y cada cual con un palo en la mano buscaba como podía al cerdo, y si le daba con el palo, era suyo”
, en tanto que
“los moros, es sin duda, que tuvieron estas funciones hasta el tiempo del Rey Chico, y hubo diestrísimos caballeros que ejecutaron gentilezas con los toros (que llevaban de la Sierra de Ronda) en la plaza de Birambla y de estas hazañas están llenos los romanceros y sus historietas que, aunque por otra parte sean apócrifas, en muchos sucesos que cuentan siempre fingen con verosimilitud”
.
Participa de la teoría árabe Bartolomé de Argensola, que escribió:
“Para ver acosar toros valientes
Fiesta un tiempo africana y después goda”.
También Larra, que afirma:
“Los españoles sucesores de Pelayo, vencedores de una gran parte de los reyezuelos moros, que habían poseído media España ya reconquistada, tomaron de sus conquistadores en un principio, compatriotas, amigos, parientes enseguida, enemigos casi siempre y aliados muchas veces, estas fiestas”.
La realidad es que el jaleo de parentescos, amistades y enemistades que organiza Larra, sólo se puede entender si se aceptan las teorías del Catedrático de la Facultad de Veterinaria de Córdoba Don Rafael Castejón, para quien moros y cristianos estaban tan cerca entre sí que prácticamente eran los mismos, separados más por razón de banderías que por razones étnicas.
Estébanez Calderón se alinea también en la teoría del origen árabe y, entre otras cosas, cuenta que un rey almohade -al parecer Jusuf Al-mor-tassar-Bilah (hijo de Miramolín, el que fue derrotado en la batalla de las Navas de Tolosa)-
“murió entre las astas de una vaca en una como montería o regocijo”
.
Además de las posiciones expresadas por escrito, hay un testimonio gráfico de excepción: la
“Tauromaquia”
de Goya, que deja ver claramente en sus grabados el antecedente moro de una fiesta ya cristiana.
Origen español
Todas las teorías tienen, sin duda, algo de cierto… y bastante de falso y parecen estar basadas más en posiciones personales que en investigaciones profundas, porque, con frecuencia, los autores que defienden una posición y rebaten las contrarias, podrían haber estado inmersos en la opinión opuesta a poco que se hubiesen esforzado.
Cuentan que en una ocasión, estaba El Guerra en una tertulia en la que los asistentes discutían vivamente aspectos relacionados con problemas normales, pero desde posiciones basadas en criterios profundamente filosóficos, que el torero no alcanzaba a comprender. Alguien le preguntó –quizás con una brizna de “mala uva”-:
“¿Usted qué opina, maestro?
Que la verdad está muy repartía”
, contestó él. En este caso, también parece estarlo y numerosos documentos demuestran que en España siempre hubo festejos que, aunque en origen tuvieron como protagonistas a diferentes animales salvajes, casi siempre –es decir, cuando se podía- recurrían al toro, por ser el más fiero y el más fuerte y según la cultura dominante, el espectáculo fue más romano, más árabe o más visigodo, pero, sin duda, siempre fue español. Roma colonizó muchos territorios y, salvo en la península ibérica y sur de Francia, no hay suficientes testimonios en los demás para pensar que la fiesta tuvo origen romano, sin perjuicio de que en muchos lugares, entre los espectáculos con fieras, no hubiese en algunas ocasiones toros que por su fiereza fuesen capaces de producir satisfacción a los espectadores. La “teoría árabe” tampoco se sostiene, entre otras cosas porque es difícil entender que los testimonios más importantes de estos festejos estén casi siempre en España, en tanto que las referencias a esta actividad son escasas y lejanas en el norte de África.
Se han encontrado monedas en distintos lugares -en Ampurias, por ejemplo- que indican que lidiar toros era una práctica conocida antes de que llegasen los romanos. En lápidas encontradas en Osuna y en Iliturgi, hay lápidas con inscripciones, que hicieron decir a Vargas Ponce que
“no hay duda que lidiar toros sube en España a la más remota antigüedad”.
Según este autor, los lidiadores actuaban en defensa de los vecinos que veían mermadas sus posibilidades de caza y cultivo por un feroz enemigo y concluye diciendo que las corridas actuales no son
“un duro resto de la primitiva barbarie de los españoles, sino testimonio de su valor y bizarría, entonces inocente, necesario y aún heroico”
.
La defensa propia y de los núcleos de población, la obtención de carne a través de la caza, el divertimento y las celebraciones son hitos históricos ligados a la historia de la Fiesta Nacional. Alrededor de cada uno de estos hitos hay tantas formas, variaciones, costumbres locales e incluso episodios ocasionales, consolidados posteriormente o no, que han dado lugar a una profusa historia recogida con múltiples relatos.
La fiesta de los toros, su significado y su desarrollo ha ido adaptándose a los tiempos, pero toda España está plagada de tradiciones ancestrales que recuerdan al toro cazado en los alrededores del pueblo, que se trasladaba enmaromado o ensogado al centro, a la plaza, donde se le daba muerte y que ya fue contemplado y limitado por diferentes legislaciones, normalmente fueros, como el de Tudela, en el que se penaba con la pérdida del animal, si en el traslado al matadero, causaba algún daño, pero no en el caso de que el
“traimento fuese por razón de bodas, de esposamiento o de nuevo misacantano”
.
La caza del toro se practicó ancestralmente y representaciones gráficas de esta acción se encuentran en abrigos neolíticos de Alpera, Albarracín, Yecla, etc. Según el Conde de las Almenas, el origen de la fiesta hay que buscarlo en los holocaustos que los primeros pobladores de Iberia ofrecían a sus divinidades y, por ello, considera que es prerromano y que ya se practicaba mucho antes de la colonización romana.
Ángel Álvarez de Miranda publicó, en 1962,
“Ritos y juegos del toro”
, en el que se recogen las tradicionales fiestas taurinas y su evolución y resume la opinión del Marqués de San Juan de Piedras Albas, que divide la historia en las cuatro etapas siguientes:
Primera fase.- Cazadores de toros: Etapa prerromana que dura hasta el siglo XVII, en el que Felipe II tenía entre sus aficiones favoritas la caza del toro con arcabuz. La más significativa representación de esta fase está en el relieve de Clunia, que representa a un perro que, sobre el lomo de una vaca salvaje herida, intenta someterla.
Segunda fase.- Matadores: Su comienzo, en el siglo XI, se superpone con la etapa anterior. Su manifestación popular se traduce en el sacrificio de los toros, primero por voluntarios y después por personas retribuidas en especie o pecuniariamente. En esta fiesta participa el pueblo, que persigue a los toros, los acosa, los pincha con flechas, cuchillos, ganchos o lanzas.
Tercera fase.- Lucha taurina caballeresca: También se superpone con las dos fases anteriores, aunque su comienzo data del siglo XIII. Alfonso X el Sabio promulgó severas leyes contra los matadores, que declaraban infame la profesión de combatir los animales salvajes por dinero, pero, en cambio, ensalzaba el comportamiento de quienes luchaban con el toro sin ánimo de lucro y con el fin de demostrar valor e ingenio. El resultado es que la lucha con el toro se restringió a los nobles, que herían y mataban a los toros a caballo, en tanto que los matadores, primero a escondidas y luego públicamente, siguieron haciéndolo a pie.
Esta etapa finaliza cuando la nobleza decae y con la llegada de los primeros Borbones que, a diferencia de los Austrias, no simpatizaban con las fiestas taurinas.
Cuarta fase.- Lucha taurina profesional: Esta época comienza en el siglo XVIII y llega a la actualidad. En ella se estructuran las corridas, los tercios actuales y se dan las reglas que debe seguir el espectáculo.
Esta clasificación, que resulta un tanto estereotipada, no tiene en cuenta que, al mismo tiempo que evolucionaba la “fiesta”, se seguían manteniendo costumbres ancestrales que recogen diferentes autores y que, con ciertas variaciones, se siguen celebrando. Álvarez de Miranda bucea en los orígenes de las fiestas y basa en las creencias populares la conservación de los festejos, que en sus comienzos fueron rituales.
El obispo Ataulfo, según la Historia Compostelana, publicada a principios del siglo XIII, fue acusado de sodomía ante el rey y para responder del pecado, fue mandado juzgar y condenado a morir corneado por un toro. Se eligió al más bravo, se le capturó y enfureció con ladridos de perros y cornetas de cazadores y se le soltó ante el obispo. El toro cambió totalmente la actitud, se dirigió al reo y depositó los cuernos en sus manos. El rey y los invitados, al contemplarlo, proclamaron la inocencia de Ataulfo y el milagro fue comentado por todos los asistentes. Tanto lo contaron que con ligeras variaciones, el mismo milagro se relata en el
“Chronicon”
del Obispo Pelayo (siglo XII), en el
“Chronicon”
del Obispo Rodrigo, en el
“Chronicon mundi”
del tudense y en la
“Crónica genérale”
de Alfonso XII. Las variaciones son curiosas, por ejemplo, el Obispo Pelayo, que ejercía en Oviedo, introduce como acusación, además del vicio nefando, la intención de Ataulfo de entregar Galicia a los moros.
Otras muchas narraciones, que fueron transmitidas de padres a hijos e incluso cruzaron el océano situándose en diversos países de América, tienen como protagonista al toro, como el
“Oricuerno”
, que es la historia de una mujer disfrazada de hombre que se oculta de la justicia por haber vengado el asesinato de su novio y que, cuando iba a ser descubierta, se le apareció el oricuerno y le mandó desnudarse, convirtiéndose en hombre, por lo que nunca más volvió a ser inculpada.
Hay otras historias que, más o menos extendidas, tienen como protagonista al toro, como el caso de la narración del “toro de oro” que, independientemente de su verosimilitud, evidencia, con sus referencias a este animal y el protagonismo que le concede, que la presencia del toro en la cultura hispana es muy antigua.
El toro salvaje, fiero, poblador de nuestra península, donde llegó procedente de Centroeuropa según unas versiones, de África según otras o que se produjo como resultante del cruce de la raza europea (uro) y el toro norteafricano, como también defienden algunos, poco a poco fue siendo controlado –nunca domesticado- y llegó hasta nuestros días, con una características fundamental: la acometividad.
Cuando el pueblo buscó toros para sus diversiones y ya no era posible capturar al animal salvaje, se recurrió a elegir aquéllos que destacaban por su fiereza. El final del toro fue siempre la muerte previa, festiva y ritual, antes de ser comido.
No había muchas formas de poder obtener estos ejemplares, pilar y fundamento de muchas fiestas. Los carniceros solían disponer de hatos, más o menos grandes, para regular el abastecimiento de sus poblaciones, que obtenían adquiriéndolos directamente en las ganaderías. Los más fieros eran seleccionados, conservados y sobrevalorados, con respecto a sus congéneres, para ser “corridos”.
En una etapa posterior, el carnicero alternó su actividad con la de ganadero y empezó a seleccionar los machos y hembras que tenían un sobreprecio y cuya descendencia se suponía que conservaría las características de sus progenitores. Estamos en el inicio de las castas.
Hasta tal punto eran los carniceros responsables del ganado lidiado que, aunque los animales procediesen de diferentes ganaderías, la divisa era propiedad del carnicero y hasta bastantes años más tarde, cuando los ganaderos consideraron que los verdaderos responsables de los toros eran ellos, no estuvo la divisa ligada a la ganadería.
Todavía en el siglo XIX, los toros lidiados o corridos en fiestas populares eran elegidos, con frecuencia, entre los que los carniceros tenían dispuestos para el sacrificio. Como resultado, la bravura que mostraban era, casi siempre, muy escasa por lo que hay reseñas de festejos que aluden al gran número de animales que salían por los toriles.
El empleo de los perros tenía por finalidad retirar los animales que no habían sido aptos para la lidia y la acometividad que contra los canes desarrollaba el toro no era otra cosa que la utilización de sus defensas para evitar los mordiscos con los que los perros intentaban reintegrar el toro a los toriles.
La designación de las vacadas propiedad de Don José Gijón, de Villarrubia de los Ojos (Ciudad Real), de los hermanos Gallardo, de El Puerto de Santa María y las utreranas de Don Rafael Cabrera, don José Vicente Vázquez y del Conde de Vistahermosa -a las que habría que añadir la casta navarra- como las únicas de las que proceden todos los actuales toros bravos, tiene mucho más de pedagógico que de real.
De estas ganaderías salieron las diferentes castas, que en un momento dado fueron fijadas, con características morfológicas que casi siempre eran repetitivas. No se puede decir lo mismo en cuanto a la reiteración de la conducta por los diferentes animales procedentes de un mismo tronco, ni siquiera de la misma ganadería, ni aun del mismo semental.
No es mi intención catalogar las castas ni las líneas clásicas (Santa Coloma, Murube, Contreras, Tamarón, Saltillo, Urcola, Vega, Villar, etc.) ni las nuevas (Atanasio, Núñez, Domecq, Pedrajas, etc.). Creo que estas clasificaciones están cada vez más trasnochadas, las ganaderías actuales proceden de cruces complejos y es corriente leer que bajo un determinado hierro -el mismo con el que se lidiaron toros durante muchos años- hoy se lidian animales que poco tienen que ver con los anteriores. Las vacadas se han sustituido, a veces íntegramente, se han introducido sementales extraños y, en consecuencia, el concepto de continuidad que es inherente a casta es cada vez menos constante. Hay excepciones -pocas, pero las hay- y el resultado es que algunas de estas ganaderías que realmente han decidido “mantener la sangre” ha desaparecido o están a punto de desaparecer.
Hay otra razón que está en contra del concepto de casta: la selección. Partiendo de un solo semental y de un lote de hembras, se puede seleccionar la descendencia de tal forma que, si se dividen los lotes en la segunda generación, en la cuarta o quinta generación es posible que sólo se parezcan unos animales a otros en algunas características morfológicas. La selección de los caracteres subjetivos de los animales e incluso la conformación, puede hacer que, sin haber introducido sangre nueva, las dos ganaderías se parezcan muy poco.
Antonio Sánchez Belda -seguramente el técnico que más a fondo ha estudiado los orígenes del toro de lidia- considera que procede de los distintos troncos étnicos autóctonos y que seleccionando ejemplares por las características que en cada momento se le han exigido al toro bravo -lo que quiere decir que son evolutivos-, se ha llegado a los actuales animales.
Según lo anterior, la “raza de lidia” no existe como tal, como máximo es un genogrupo funcional o subespecie procedente de tantos posibles orígenes como razas de vacuno hay en la península y en el sur de Francia, aunque es cierto que no todas las razas han influido con la misma intensidad.
Por mucho que el Real Decreto 60/2001, de 26 de enero, sobre “prototipo racial de la raza bovina de lidia” se empeñe, no consigue fijar las características del toro de lidia, por la única y exclusiva razón de que son tan diversificadas que difícilmente pueden ceñirse a descripciones zootécnicas.
Comienza diciendo el Decreto que la raza de lidia es uniforme en lo primordial, pero considerablemente variada en aspectos accesorios, en lo que se refiere al morfotipo. No es fácil de entender esta aseveración cuando al describir los prototipos raciales por encastes, admite que las variaciones morfológicas son ilimitadas, o casi, desde luego muchísimo más que las de cualquier raza vacuna, ovina, porcina, caprina o aviar.
La descripción de los animales de cada casta, encaste, líneas o cruces, además de poco técnica y excesivamente vulgar, es tan variada que pueden ser longilíneos, mediolíneos, brevilíneos (es decir todo), elipométricos e hipermétricos, de perfil cóncavo, recto o convexo, la cabeza puede ser corta o larga, ancha o estrecha, el cuello corto o largo, armónicos o de deficiente conformación. Las capas pueden presentar, según admite el Decreto, diez grupos de pelajes diferentes y la variación cromática es todavía más considerable si tenemos en cuenta que las capas pueden ir acompañadas por distintos accidentales, que suponen discontinuidades en el pelaje básico del animal. Los cuernos pueden ser de longitud, forma, dirección, grosor y color completamente diferentes y con los demás caracteres morfológicos sucede lo mismo, con lo que la morfología no es uniforme ni siquiera en el
“gran desarrollo muscular”
al que alude el Decreto.
En cuanto a la homogeneidad de los caracteres psíquicos del toro de lidia, no merece la pena insistir sobre su falta, que es patente incluso en los hermanos de camada lidiados en una misma tarde.
Por otra parte, la selección ha ido transformando la ganadería, de tal forma que, en general, el toro actual no se parece en su conformación a sus antecesores, según pueden desprenderse fácilmente de la observación de las fotografías y dibujos de hace años. Sin entrar en consideraciones complejas, es evidente que la forma del toro ha evolucionado hasta conseguir ejemplares más uniformes, con mejor conformación, aunque quizás la visión de esta características se hace desde un punto de vista excesivamente polarizado hacia la imagen estereotipada del vacuno productor de carne, lo que da lugar a formas redondeadas, bien musculadas, pero quizás excesivamente grasas, que le hacen perder su imagen atlética.
Si el toro destinado a la lidia se elegía entre los ejemplares existentes en las ganaderías, es de suponer que su conformación –que no era importante- podía diferir de la de sus hermanos. En los siglos XVIII, XIX y principios del XX, este ganado se criaba para producir carne, pero, además, era muy importante su utilización como animales de tiro. La conformación del animal de tiro exige unas extremidades anteriores muy desarrolladas y una capacidad pulmonar adecuada, por lo que se buscaban animales de buena conformación muscular del tercio anterior y una caja torácica amplia y profunda. Las fotografías más antiguas nos demuestran que estas características dominaban en los toros lidiados en el primer tercio del siglo XX y se daba la circunstancia de que eran animales más resistentes. No quiero decir con esto que los toros se caigan sólo por haber disminuido proporcionalmente su perímetro torácico, pero no cabe duda de que es un factor que influye, porque el desequilibrio entre capacidad respiratoria y masa muscular, hace que con frecuencia los animales sientan el esfuerzo y a la tercera carrera o al primer puyazo, jadeen alarmantemente y presenten el síndrome de respiración abdominal.
Que la aptitud para la lidia es independiente de una raza, lo apoya el hecho de que la selección nos ha proporcionado cada vez toros más bravos. Nunca ha sido el toro tan bravo como ahora, aunque eso no quiera decir que se ha alcanzado el toro ideal para la lidia y, sin embargo, en algunos aspectos se ha retrocedido porque se han seleccionado las ganaderías de tal forma que se ha dulcificado la acometividad, se han conformado unas cabezas más cómodas y se ha perdido diversidad genética, lo que da lugar a una uniformidad excesiva y a una disminución de la sensación de riesgo que esta fiesta exige.
No está de más que, aunque miremos siempre hacia delante y se proporcione el producto que piden públicos, empresarios, apoderados y toreros, se mire alguna vez hacia atrás y se piense en la conveniencia de que no se pierdan algunos factores genéticos que había en aquellos animales que no eran criados para ser lidiados, sino para trabajar y proporcionar carne. El éxito de alguna ganadería puntera puede haber estado precisamente en haber sabido ver las virtudes -no muchas, pero interesantes- que tuvieron los toros de lidia hace unos años.
Evolución (estereotipada) de la morfología y características del toro de lidia
Los trazos y las características que se exponen a continuación son la consecuencia de una opinión personal, sin que puedan generalizarse, ya que la diversidad, aunque cada vez menos, porque se tiende a conseguir el modelo que pretende una gran parte de toreros, apoderados, empresarios, ganaderos y público, aunque haya una minoría muy cualificada, en todos los casos, para hacer posible la supervivencia de una fiesta, que tiene en el comportamiento diverso de toros y toreros, su principal razón de ser.
Toro bravo inicial
·
Animales, seleccionados por su acometividad para ser “corridos” en fiestas populares. Propiedad de carniceros.
·
Pertenecientes a cualquiera de las razas españolas.
·
Conformación correspondiente a aptitud tracción.
·
Buen desarrollo de tercio anterior y caja torácica.
·
Agujas altas.
·
Tamaño mediano.
·
Cuello largo.
·
Astas hacia arriba (veletos).
·
Patas largas.
·
Dorso ensillado.
·
Tercio posterior poco desarrollado.
·
Gran movilidad.
·
Bravura desigual.
Toro bravo desde 1850 hasta 1960
·
Animales seleccionados por su bravura en ganaderías especializadas. Escasos conocimientos genéticos.
·
Castas fundacionales y encastes derivados.
·
Selección por bravura y por conformación.
·
Disminución de la longitud de las astas y bajada de la dirección de las puntas.
·
Disminución de la longitud del cuello.
·
Disminución de la potencia del tercio anterior.
·
Disminución de la caja torácica.
·
Acortamiento de la longitud de las extremidades.
·
Dorso rectilíneo.
·
Pérdida de movilidad.
·
Mayor fijeza.
·
Casi todos los toros embisten pero algunos siguen saltando al callejón, lo que indica que son mansos pero también que tienen fuerza y capacidad atlética para hacerlo
Toro bravo actual
·
Selección genética avanzada (inseminación artificial, trasplante de óvulos, conocimiento de ADN).
·
Se “termina” a los toros con pienso.
·
Se prescinde (salvo excepciones) de castas y encastes y se establecen prototipos de toros bravos.
·
Se seleccionan por su conformación.
·
Aumenta el tamaño y se incrementa el peso.
·
Se bajan astas.
·
Se les baja la cabeza. Arrastran el hocico y clavan los cuernos en el suelo.
·
Se acorta el cuello.
·
Se disminuye la capacidad torácica.
·
Se disminuye la movilidad.
·
Se hace más homogéneo el fenotipo y el comportamiento.
·
Casi todos “meten” la cabeza.
·
Embisten todos (salvo excepciones). Ya no saltan al callejón.