07 Mar Cambio climático: situación actual y oportunidades para la acción
Ángel Sánchez Sanz
Director General de Sostenibilidad y Agenda 21
Área de Gobierno de Medio Ambiente y Servicios a la Ciudad
Excmo. Ayuntamiento de Madrid
9 de mayo de 2007
Real Academia de Ciencias Veterinarias
El cambio climático se ha convertido, por derecho propio, en la gran cuestión ambiental de este siglo. Sus previsibles consecuencias y las medidas que hemos de adoptar para mitigarlas han trascendido de los círculos científicos y políticos para convertirse en una cuestión que es conocida por todos los ciudadanos.
Hoy los medios de comunicación dedican a este problema más atención que a ninguna otra cuestión ambiental que se haya producido en los últimos años.
El cambio climático lo entendemos, porque nos afecta de una forma directa. Cualquier ciudadano identifica claramente los fenómenos meteorológicos, el tiempo que hace en su ciudad o en su país, e incluso llega a identificar las alteraciones meteorológicas con el cambio climático, aunque esto no sea realmente una evidencia.
La primera cuestión que debemos plantearnos es qué se entiende por cambio climático. El Convenio Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (1992) lo define como un cambio del clima atribuido directa o indirectamente a la actividad humana, que altera la composición de la atmósfera mundial y que se suma a la variabilidad natural del clima observada durante períodos de tiempo comparables.
La vida en la Tierra, tal como la conos, es posible gracias a la energía irradiada del Sol y a un fenómeno natural, el efecto invernadero, mediante el que gases presentes en nuestra atmósfera retienen parte de la energía radiada desde la superficie de nuestro planeta. Gracias al efecto invernadero, la temperatura de la Tierra se mantiene en límites compatibles con la vida.
El clima no es estático, sino que a lo largo de la historia de la Tierra ha sufrido variaciones de origen natural, en diferentes escalas temporales, desde decenios a millones de años. Entre las variaciones climáticas naturales mejor conocidas se encuentra el ciclo de periodos glaciales, en el que aproximadamente cada 100.000 años el clima de nuestro planeta es más frío.
En épocas más recientes, se han documentado dos fases de un notable y rápido calentamiento natural. La primera de ellas se produjo hace unos 14.700 años y la segunda hace 11.500, ambas sin aportaciones antropogénicas. Ambas transiciones se produjeron con gran rapidez, en apenas unos pocos decenios, lo que demuestra la capacidad del sistema climático de evolucionar rápidamente.
En la actualidad, el calentamiento global es inequívoco. Desde finales del siglo XIX, la temperatura global media en la superficie terrestre se ha incrementado 0.74 ºC y las proyecciones del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) indican que, si no se adoptan medidas a nivel internacional, la temperatura en la superficie terrestre se incrementará entre 1.8 y 4 ºC en el año 2100.
Entre los factores que alteran el clima debemos distinguir entre las de origen natural y las derivadas de la actividad humana.
Como causas naturales se puede citar al ciclo solar y la órbita de la tierra, así como a las erupciones volcánicas.
En el primer caso, su efecto se debe a que la fuente de energía de la que depende el sistema climático es la radiación solar, con lo que cualquier cambio en la actividad solar incide en la energía que recibe la Tierra. De igual manera, las variaciones en la órbita de la Tierra alrededor del sol (precesión) alteran la cantidad de radiación solar incidente, alterando el clima.
Otro fenómeno natural que interfiere con el clima son las erupciones volcánicas, que lanza a la atmósfera grandes cantidades de gases y partículas en suspensión que, distribuidas por los vientos troposféricos y estratosféricos, pueden cubrir grandes zonas de nuestro planeta y reducir la radiación solar incidente, si bien sus efectos son mucho más cortos en el tiempo.
Sin embargo, en la era moderna han aumentado de forma continua las concentraciones de los principales gases de efecto invernadero en la atmósfera como consecuencia de la actividad humana. El uso creciente de fuentes de energía fósiles como el carbón, el petróleo y el gas natural, la deforestación de amplias zonas de la Tierra, así como determinadas actividades agrarias suponen la emisión a la atmósfera de cantidades crecientes de dióxido de carbono, metano y óxido nitroso
El calentamiento global tendrá, tiene, importantes consecuencias sobre el clima, modificando la duración de las estaciones, el régimen de precipitaciones y los patrones de viento. Y estos cambios se traducirán en una mayor frecuencia e intensidad de fenómenos meteorológicos como las tormentas, las olas de calor o una mayor frecuencia e intensidad de las tormentas tropicales.
Hacer frente al cambio climático, dar una respuesta a las causas del calentamiento global de la atmósfera, es hoy el mayor imperativo al que deben hacer frente los poderes públicos. Podemos decir que es “el imperativo político” para cualquier gobierno, ya sea nacional, regional o local.
El cambio climático no es sólo una cuestión ambiental, tiene una dimensión mucho más compleja que alcanza a todas las facetas de la actividad humana; por tanto, se trata también de un reto social y económico.
Al igual que el papel de los gobiernos nacionales es crucial en la lucha contra el cambio climático, cuando se trata de adoptar medidas prácticas sobre el terreno, las ciudades se convierten -han de convertirse- en las grandes protagonistas.
Y esto es así por varios motivos. Todos los conocemos, pero creo que es importante que los recordemos. El primero de ellos se debe a que es en las ciudades donde fundamentalmente se organiza la vida de los seres humanos. Hoy, el 50% de la población mundial vive en las ciudades y las previsiones realizadas por diferentes organizaciones nos dicen que, para el año 2050, el 80% de la población será urbana.
El segundo motivo es porque el 75% de la energía mundial se consume en los núcleos urbanos, convirtiéndolos en los mayores emisores de CO2 en el mundo.
Y en tercer lugar, porque las ciudades son muy vulnerables al cambio climático, al ser grandes concentraciones demográficas que estarán expuestas al impacto de sus efectos, como las tormentas más frecuentes e intensas, la contaminación, la sequía, las inundaciones y por supuesto, la elevación del nivel del mar en las ciudades costeras: el 50% de la humanidad vive al lado del mar o de los ríos.
Es pues el momento de pasar definitivamente a la acción. El debate científico sobre el cambio climático ha entrado en una nueva etapa. Ya no hablamos del SÍ o el NO existe, sino del CÓMO abordamos este problema; del CÓMO hemos de reducir las emisiones, del CÓMO afrontar los impactos que el cambio climático tiene, y va a tener, en nuestras vidas y sobre las vidas de la generaciones venideras.
Muchas veces se nos recuerda que el coste de la lucha contra el cambio climático va a ser muy elevado. Pero el denominado Informe Stern, La economía del cambio climático, nos dice también que no es el coste de actuar lo que nos debe preocupar, sino el incalculable coste que tendrá para todos si no actuamos ya.
La consecución de esta importante reducción en las emisiones tendrá su coste. El Informe ha calculado que los costes anuales de la estabilización a 500-550 partes por millón de CO2 equivalente sería aproximadamente del 1% del PIB para el año 2050, nivel significativo, pero viable.
En cualquier caso, para los autores de este informe resulta evidente que los beneficios de la adopción de medidas inmediatas y comprometidas contra el cambio climático superará ampliamente los costes de no actuar.
Si no adoptamos medidas, los escenarios climáticos, que tienen cada vez mayor precisión, dibujan un panorama muy distinto al actual. De continuar la tendencia actual, en el año 2100 la temperatura media anual en España será entre 4 y 8 grados centígrados superior a la que conocemos ahora; es decir, nuestras temperaturas en Madrid serán similares, por ejemplo, a las de Atenas hoy.
Pero las ciudades, además de la necesidad de hacer frente a este desafío, tenemos las mejores condiciones para actuar, para pasar a la acción.
Nuestro objetivo como ciudades es dar un paso al frente para reforzar la acción mundial contra el cambio climático, asumiendo una responsabilidad compartida con los gobiernos nacionales y con los organismos internacionales, colaborando con los compromisos que, en el marco del Protocolo de Kyoto y de las políticas de la Unión Europea, han asumido nuestros países.
Y nuestro papel en la lucha contra el cambio climático no puede reducirse únicamente a seguir las políticas nacionales de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero; debemos adoptar políticas propias, con planes de acción realistas y ambiciosos.
Debemos asumir el protagonismo que ya tenemos como centros económicos y políticos, y promover una transformación de nuestras economías y de nuestra sociedad, con un nuevo modelo de desarrollo competitivo, que siga creando bienestar en nuestras sociedades sin que ello suponga un incremento en el volumen total de emisiones a la atmósfera.
Para conseguirlo, debemos trabajar en un modelo de desarrollo menos dependiente de las energías fósiles, que apueste por la innovación tecnológica y el uso eficiente de los recursos naturales, y que cuente con la necesaria colaboración de nuestros ciudadanos, cuyos actos cotidianos -cómo se desplazan, cómo consumen, cómo viven- determinan las emisiones de nuestras ciudades.
En las ciudades tenemos el capital humano, tenemos la mayor concentración de empleo, tenemos la tecnología y los recursos económicos, y podemos ir más allá de los propios objetivos nacionales e internacionales.
En definitiva, las ciudades podemos ser más ambiciosos y encontrar soluciones efectivas para reducir las emisiones de los gases de efecto invernadero.
En todo el mundo, las condiciones climáticas y los contextos políticos y sociales varían enormemente, pero el ámbito municipal y de lo local comparte objetivos y responsabilidades que nos son comunes a todos los Ayuntamientos: todos gestionamos nuestras ciudades.
Y como gestores urbanos tenemos competencias en la planificación de los usos del suelo, definimos el modelo económico de nuestro territorio, prestamos servicios básicos como el abastecimiento de agua o la gestión de los residuos, operamos los servicios de transporte público y regulamos la movilidad en nuestros municipios.
Esto significa que tenemos un enorme potencial para la acción. Y ese “imperativo político” que citaba al inicio de mi intervención nos ha de llevar, necesariamente, a adoptar planes de actuación ambiciosos.
Sin embargo, el llevar a la práctica las medidas necesarias para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y para adaptarnos a las consecuencias del cambio climático requiere una activa colaboración de todos los ciudadanos, que han de transformar su modo de vida en el ámbito de estas políticas urbanas.
Por tanto, es necesario en primer lugar transmitir a la sociedad la magnitud de este desafío. Sólo desde el conocimiento y la comprensión de las incertidumbres que plantea el futuro podremos implantar ese nuevo modelo de ciudad, venciendo las barreras y las inercias que pueden comprometer ese cambio necesario.
La pregunta que nos debemos hacer desde las administraciones municipales, desde las ciudades, es muy simple ¿Qué podemos hacer para limitar el futuro cambio climático?
Mucho, podemos hacer mucho. Decía antes que en las ciudades se produce la mayoría de las emisiones totales de CO2. Esas emisiones se producen en cuatro ámbitos fundamentales: en la gestión del ciclo del agua, en el transporte, en la gestión de los residuos y, finalmente, en el uso de la energía en la ciudad.
En todos estos ámbitos la ciudad de Madrid presenta, a día de hoy, algunas de las políticas y actuaciones urbanas más avanzadas, innovadoras y ambiciosas de toda España.
En materia de gestión del ciclo del agua, el Ayuntamiento de Madrid se ha dotado de las herramientas normativas y de planificación necesarias, como la nueva Ordenanza de Uso y Gestión Eficiente del Agua y un Plan de Gestión de la Demanda del Agua, con el fin de consolidar en nuestra ciudad una nueva Cultura del Agua, que apuesta por su uso eficiente, por el ahorro del agua potable y por la utilización de recursos hídricos alternativos, como las aguas infiltradas en las infraestructuras subterráneas o el agua regenerada de nuestras depuradoras, para aquellos usos que no requieren un agua potable, como son el riego o la limpieza viaria.
Únicamente les apunto tres datos:
· En tan sólo 4 años el Ayuntamiento de Madrid ha incrementado en un 393% la producción de agua regenerada para su reutilización en el riego de zonas verdes y baldeo de calles.
· En segundo lugar, en estos momentos estamos construyendo una gran red de conducciones subterráneas, de 108 kilómetros de longitud que circunvalará a la ciudad de Madrid y que, sumada a la nuevas infraestructuras que se están construyendo para aprovechar las aguas filtradas por la red de Metro, permitirá distribuir y suministrar hasta 26 hectómetros cúbicos de agua regenerada para su uso en el riego de 3.500 hectáreas de zonas verdes y en la limpieza de 4.200 hectáreas de calles, evitando el consumo equivalente de agua potable.
Para que puedan hacerse una idea, con esta agua podrían regarse 30 parques de las dimensiones de los Jardines del Buen Retiro.
- Y, como tercer ejemplo, estamos abordando un ambicioso Plan de Mejora de la infraestructuras de saneamiento de Madrid, con la construcción de 34 kilómetros de colectores y de 27 estanques de tormentas, que permitirá una muy sustancial mejora de la calidad de las aguas de río Manzanares a su paso por la ciudad de Madrid, y cuyos efectos enormemente positivos se extenderán a toda la cuenta del río Tajo hasta su desembocadura en Lisboa.
En el ámbito del transporte, no sólo contamos uno de los sistemas de transporte público más completos del mundo, sino que estamos desarrollando medidas integrales para abordar los efectos derivados del tráfico y su directa repercusión en la calidad del aire ambiente e, indirectamente, en la emisión de gases de efecto invernadero.
Con la “Estrategia Local de Calidad del Aire de la Ciudad de Madrid”, aprobada y puesta en marcha a comienzos de 2006, el Ayuntamiento de Madrid fue la primera administración pública española en dotarse de un instrumento de esta envergadura y alcance, y a día de hoy, sigue siendo la única gran ciudad de España que cuenta con él.
Nuestro objetivo con esta Estrategia es claro: que haya menos coches circulando por la ciudad; que haya más y mejor transporte público; que los vehículos que circulan por nuestras calles sean más eficientes y que utilicen cada vez más biocombustibles; que los modos de transporte que no contaminan -el peatonal y el ciclista- puedan ser la opción preferida por los madrileños para desplazarse; y la apuesta por la vía de la incentivación, más que por la penalización, para bonificar fiscalmente las conductas ambientalmente más responsables, buscando la reducción de las emisiones a la atmósfera.
Otro importante área de actividad a nivel municipal corresponde a las actuaciones que está desarrollando el Ayuntamiento de Madrid en materia de gestión de residuos, otro de los grandes vectores estrechamente vinculados al cambio climático y donde la ciudad de Madrid es, hoy por hoy, una de las grandes ciudades del mundo que están liderando las políticas más avanzadas en esta materia.
No sólo tratamos el 100% de los residuos que se generan diariamente en nuestra ciudad -más de 4.000 toneladas al día- sino que estamos construyendo, para su puesta en servicio en este mismo año 2007, el mayor complejo de biometanización de la materia orgánica de Europa, que permitirá, además de una reducción de 300.000 toneladas al año de CO2, la generación de 34 millones de metros cúbicos de biogás y de 180.000 megawatios hora de energía eléctrica limpia, demostrando que es posible llevar a cabo un modelo sostenible de gestión de nuestros residuos urbanos y, a la vez, minimizar su impacto en el cambio climático.
Cambio climático y uso eficiente la energía es, pues, un binomio indisociable, y la ciudad de Madrid, al igual que ha hecho ya en materia de calidad del aire, se dotará también de un Plan específico, que está siendo ultimado y que verá la luz en los próximas meses, que articula un amplio grupo de medidas encaminadas a fomentar la producción de las energías renovables, promover el ahorro y la eficiencia energética, y reducir las emisiones de gases de efecto invernadero.
Este Plan vendrá a dar continuidad a un amplio conjunto de actuaciones que han situado a Madrid en una posición singular en el panorama español en la lucha contra el cambio climático, como la apuesta por el transporte público -con la construcción de 200 kilómetros de Metro en los últimos 12 años-, el compromiso con la energía solar -con la implantación de 50.000 metros cuadrados de paneles solares en nuestra ciudad en menos de 4 años- o la renovación continua del parque de alumbrado público de nuestra ciudad.
Y todas estas medidas han permitido que las emisiones totales de gases de efecto invernadero de Madrid hayan crecido sólo un 15% desde 1990, es decir, 32 puntos menos que el conjunto de España, a pesar del enorme crecimiento económico de nuestra ciudad en la última década, y a pesar también del importante crecimiento de población de Madrid, que ha aumentado en 300.000 habitantes en los últimos 10 años.
Concluyo ya. Las ciudades deben jugar un papel activo en la lucha contra el cambio climático, y muchas, como Madrid, ya han asumido ese reto, planteando objetivos para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, en algunos casos, mucho más allá de los objetivos fijados en los acuerdos internacionales.
Y para poder cumplir ese compromiso, es muy importante, además, la cooperación entre las ciudades, trabajando en una red virtual de dimensión global, que aúne esfuerzos, comparta experiencias y difunda medidas viables para una gestión urbana comprometida con el clima. El Ayuntamiento de Madrid ha asumido este compromiso ético, al que dedica y dedicará importantes esfuerzos en los próximos años.
QUERER, PODER y HACER son 3 condiciones clave para luchar contra el cambio climático y garantizar un futuro mejor. Y la ciudad de Madrid no sólo quiere y puede, sino que está haciendo y hará todo cuanto esté en su mano para abordar un problema global muy complejo, que ya está incidiendo en el mundo en el que vivimos actualmente y que, si no tomamos medidas hoy, hipotecará las condiciones del mundo en el que han de vivir las futuras generaciones.