Algo más sobre la vida y la obra de Juan Morcillo y Olalla (1828-1908) en el centenario de su muerte


ALGO MÁS SOBRE LA VIDA Y LA OBRA DE

JUAN MORCILLO Y OLALLA (1828-1908)

EN EL CENTENARIO DE SU MUERTE

 

Excmo. Sr. D. Fernando Aganzo Salido

Académico Correspondiente

5 de noviembre de 2008

 

       

Excmo. Sr.  Presidente de esta Real Academia

Distinguidos amigos y compañeros

 

 

1 – Premisa

La extraordinaria figura de Juan Morcillo y Olalla, sigue sin ser conocida en su justa dimensión tanto por la comunidad científica y los más jóvenes veterinarios de nuestro tiempo, como por los descendientes de aquella Sociedad a la que tan eficazmente sirvió en la ciudad de Játiva, lo que es igualmente insólito. Los veterinarios valencianos, desde su Ilustre Colegio Oficial y desde su Asociación de Historia, están empeñados en tratar de corregir tal sinrazón. A tal efecto, y además de interesar en ello a entidades públicas, científicas y culturales, se han hecho no pocas aportaciones en nuestras publicaciones para el mejor conocimiento de sus circunstancias profesionales y de su consagración al avance científico y técnico de nuestros saberes. Esta sucinta disertación pretende cumplir esos mismos objetivos en coincidencia con el primer centenario de su muerte, al permitirnos glosar su figura en esta docta Academia, entre las que han merecido desde aquí especiales honores por su contribución a las Ciencias Veterinarias. En mi exposición, tras una sinopsis de las facetas de Morcillo, se desvelan sus vicisitudes en el servicio oficial, se señalan sus más resonantes polémicas, se valora la recuperación de su más valioso manuscrito y se reseñan los homenajes y distinciones que ha venido recibiendo. Al final solo se relacionan las obras de mayor interés biobibliográfico.

 

 

2 – Sinopsis de sus facetas

 

No parece necesario repetir, por bien conocidos en este ámbito, muchos datos sobresalientes sobre la biografía de Juan Morcillo y Ollalla, que llegó a la Veterinaria por muy larga tradición familiar en la provincia de Albacete (Montealegre del Castillo), donde nació en el año1828, y que dejó de ejercerla en la de Valencia (Játiva) el mismo día de su muerte en el año 1908, cumplidos los ochenta años. Vidal Alemán, Molina Serrano, Sanz Egaña, Ruiz Martínez  y por último el historiador Rodríguez de la Torre, nos han dado a conocer cual fue su trayectoria vital y cuales fueron sus aportaciones científicas y sus méritos profesionales. Mención aparte merece el trabajo del académico de esta casa Dr. Dualde quien en las VII Jornadas Nacionales de Historia de la Veterinaria, celebradas en León en el año 2002, dictó una conferencia sobre la obra sanitaria de Morcillo. El mérito singular radica en haber sido posiblemente el primer veterinario en analizar con óptica científica y actual, no solo el valor histórico del continente, sino el contenido de sus más importantes obras sobre temas sanitarios, formulando una invitación a los futuros investigadores para que siguieran su ejemplo. Hemos de añadir, que especialmente del análisis de sus manuscritos sobre materias clínicas y zootécnicas, podrán surgir también motivos de discusión, pues no otra cosa pretendía Morcillo al dejar para la posteridad un debate que en sus días no le fue fácil mantener, al menos con sus colegas más próximos. Otros admiradores de su figura hemos pretendido con nuestras investigaciones aclarar y completar, con la mayor objetividad, algunos de sus perfiles. La proximidad al escenario donde actuó el personaje y la relación de amistad con algunos de sus descendientes ha venido propiciando considerablemente nuestra tarea 1. Desde que Sanz Egaña lamentara que para reconstruir la vida de Morcillo faltaban facetas que el tiempo borró, mucho ha sido lo conseguido.

 

Se ha repetido, desde que nuestro historiador lo escribió, que Morcillo llevó a cabo su ingente labor recluido en un pueblecito español, alejado de centros culturales. Aunque algo exagerada la expresión, nos hace pensar cual podría haber sido la obra de Morcillo si la hubiera realizado desde una gran población, como Sanz Egaña dirigiendo la inspección en el Matadero de Madrid, o como su amigo Climent Teyssandier en el de la ciudad de París. Buscó en Játiva la cercanía familiar, el aliciente de una importante población y el crecido censo equino, acorde con su preparación clínica y con su conveniencia económica. Como ciudad, que gozaba de este título desde el año 1346, era un admirado conjunto histórico-artístico, cuna de los papas Borgia, y un centro supracomarcal en lo económico y en lo administrativo. Cuando llegó Morcillo a mediados del siglo XIX, la población de Játiva se aproximaba a los 15.000 habitantes, que en la actualidad está a punto de duplicarse. Pero al insistir sus biógrafos sobre la pequeña localidad donde decidió crear su propio mundo, sin contar al menos con buenas bibliotecas, ha de entenderse como un intento de resaltar aún más su singularidad y mérito personal.

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Es preciso significar, el d&iae;a 18 de io de 1853 (debe subrayarse el año), se dio cuenta al Ayuntamiento “de una exposición presentada por don Juan Morcillo y Olalla, profesor de Veterinaria y vecino de Almansa en la que manifiesta que trata de establecerse en esta Ciudad para ejercer(sic) su profesión, y al efecto acompaña una certificación librada por el Alcalde de Almansa en crédito de su buena conducta y exibe(sic) el correspondiente título de profesor de Veterinaria, con el objeto de que se le registre en la Secretaría de este Ayuntamiento y se le tenga por otro de los vecinos de esta Ciudad. El Ayuntamiento en su vista acordó: Como se pide, regístrese el título que exibe (sic) el interesado y anótese en el censo de población de esta Ciudad”.

 

La labor sanitaria de Morcillo, la menos rentable y más trascendente de todas sus actividades, mereció que Sanz Egaña le dedicara un capítulo de su libro Historia de la Veterinaria Española. El contenido del mismo es la propia historia de la inspección veterinaria obligatoria en nuestro país. El título que en tan cardinalresa se ganó Morcillo fue el de “príncipe de la  inspección veterinaria” y sería él con muy pocas palabras quien diera la señal de salida a los nacientes inspectores, con la ental consigna de que en el cumplimiento de su misión deberían dar “soluciones prontas, terminantes sin vacilaciones, y ajustadas a los principios de la ciencia y de su buen criterio higiénico”. Se propuso aaacute;s ser él quien contribuyera a su preparación técnica ya que estas materias no estaban incluidas en los planes de estudio entonces vigentes, si bien ya existían útiles publicaciones de algunos autores injustamente olvidados. El carácter didáctico y singular de sus libros permitió que fueran recibidos con el mayor entusiasmo por los estudiantes y facilitaran al profesorado oficial su labor docente. Conociendo este éxito, podría quizás extrañar que Morcillo no hubiera elaborado otras ediciones actualizadas de su obra cumbre [que fue la Guía de 1882],  pero sin duda consideró que su misión estaba cumplida y había llegado la hora del relevo. Pocos años después ya contarían los estudiantes y profesionales con obras escritas por los que fueron herederos de su legado científico, y especialmente por José Farreras Sampera y Cesáreo Sanz Egaña que a principios del siglo XX fueron autores del Manual del Veterinario Inspector de Mataderos, Mercados y Vaquerías. Farreras, director del Matadero de Barcelona, falleció prematuramente, por lo que la segunda edición [la de 1925] y las sucesivas, fueron obra exclusiva de Sanz Egaña. Muy ampliadas, perdieron su condición de manual. En ellas aprendimos muchos de nosotros, los viejos y los entonces nuevos preceptos.

 

El historiador Rodríguez de la Torre hace lo que él llama un esbozo  bibliográfico de la obra de Morcillo,  pero que es en realidad el estudio más acabado sobre su faceta de publicista, tanto de libros publicados como de manuscritos, pues en cuanto a rografía sería tarea dificilísima conocer el número y aacute;tica de todos los artículos dada su extraordinaria fecundidad. Este autor ha tenido a gala superar a Palau Claveras que enumera las cédulas de 16 libros, cuando él había llegado hasta 18, haciendo por primera vez un resumen bibliométrico de los mismos. También ha superado en mucho a Sanz Egaña en manuscritos, pues este conocía la existencia de 14, mientras él llegaba hasta 26.  Aaacute;s,  aventuraba la segura existencia de otras piezas desconocidas, y en efecto, otra y muy importante descubrimos reciennte en Valencia como ves. Lo más insólito de sus manuscritos es que los encuadernaba con esmero sin intención de publicarlos; solo los elaboraba paciennte para su propia satisfacción sin duda pensando acertadamente que algún día serían conocidos y debidamente valorados. Muchos de ellos se conservan en la Facultad de Madrid, junto a elares que sí se editaron, siendo 31 el número total de obras existentes en su biblioteca. Los s de sus libros, tanto publicados como inéditos, abarcaban todas las materias profesionales, pues era igualmente competente en patología, cirugía, zootecnia e inspección de alimentos. Los más conocidos en todos los tos fueron, sobre todo, sus “Guía(s) del Veterinario Inspector […]” de 1858, 1861, 1864, la obra cumbre de 1882 editada en Játiva (Valencia) en dos volúmenes con más de mil páginas, y la titulada “Higiene Pública. Inspección de carnes […]  y el pescado”, editada en Valencia en el año 1902. Estos  fueron los libros que enseñaron la inspección a todos los veterinarios de su época dentro y fuera de nuestro país.

 

Para conocer el proceso de elaboración de las citadas Guías, el propio Morcillo nos facilita el empeño. La primera edición [la de 1858, primicia mundial], que consideró como un primer ensayo literario escrito con premura, le permitió dedicarla a D. José Ferrer y Martínez [concejal entonces y más tarde alcalde] que con su acreditada rectitud y justicia había cooperado a su nombramiento de Inspector de carnes. Añadía que sin este cargo, no hubiera podido abordar la publicación, por carecer de lo más esencial como era la práctica del matadero que para él era una segunda escuela. Completó su obra con cuantas materias pudo reunir  y estimó útiles para auxiliar a los noveles inspectores que tropezaban con infinidad de dificultades y titubeos, toda vez que no habían recibido en las Escuelas las indispensables enseñanzas. En esta primera edición, y en su tratado quinto, ya se ocupaba de la inspección y alteraciones de los productos vegetales. No hubo una edición anterior, supuestamente fechada en Játiva en 1854, como por error cita Sanz Egaña; y en cuanto a la edición de 1861, se trató de una simple reimpresión de la de 1858 hecha también en Madrid, pero en distinta imprenta.

 

Publicó la segunda edición en 1864, seis años después de la primera. Confiaba en que otros [sin duda aludía al profesorado oficial] podrían haber concluido el edificio por él iniciado, y como en ese to nadie había elaborado otra obra más extensa y científica, decidió escribirla él,  “creyendo hacer un gran beneficio a la Sociedad y en particular a los veterinarios”. En esta obra incluyó materias básicas sobre patología, expuestas en una ria que le fue pada por la Acaa Central Española de Veterinaria en el año 1863, sobre “Enfermedades que mas comúnmente suelen ofrecer las reses destinadas al abasto público […]”. Esta Memoria, que fue publicada en Madrid en 1865, era para Sanz Egaña una pieza rarísima. Por suerte, un ejemplar se encuentra en la Biblioteca histórica del Colegio de Valencia.

 

La tercera edición, publicada en el año 1882, a los 30 años de haber sido nombrado Inspector de carnes, fue su obra cumbre estudiada durante varios lustros más por todos los veterinarios. Sabía como en su nuevo destino, el inspector novel  “[…] al entrar por primera vez en una casa matadero en donde debía ser el censor rígido de lo que allí se practicaba, se encontraba sobrecogido, asustado […] cometiendo en muchos casos graves torpezas, que el tiempo y una observación atenta y constante tenía que encargarse de reparar y corregir después […] No había duda que tenían un vacío en su carrera profesional, vacío que era preciso llenar […]”. Y como quiera que la 2ª edición ya no estuviera a la altura de los conocimientos científicos modernos, la 3ª cumplió ampliamente este objetivo, por lo que  podía decirse de ella, que era una obra nueva.

 

Hasta el final de sus días permaneció en la ciudad de Játiva; allí ejerció la clínica y practicó el herrado contando con una gran clientela, escribió su sorprendente obra y dio nacimiento a una nueva ciencia, disponiendo al principio del más elemental bagaje. Lo amplió de forma continuada mediante la adquisición de enciclopedias, numerosos libros sobre materias básicas y sobre otras ramas del saber, y mantuvo relaciones con centros veterinarios extranjeros, en especial de Francia. Intercambió con ellos conocimientos y experiencias, y día tras día, fue anotando sus nuevas observaciones técnicas como materiales inapreciables para sus libros y para incalculables publicaciones. Lo más sorprendente es que dieran mucho más fruto estas limitadas experiencias extraídas en una pequeña ciudad, en comparación con las de los colegas que ejercían la misma función en las primeras capitales, incluso extranjeras, con los que se relacionaba. A conciencia no llegó a opositar a ninguna cátedra como de él se esperaba, y que sin  duda habría conseguido, por entender que  pondría seguros límites a sus amplios afanes científicos y profesionales.

 

Solo conociendo que desde los doce años había practicado en Almansa (Albacete) junto a su padre Luis el arte del herrado, tan esencial para cubrir el presupuesto familiar, y que a los dieciocho lo practicaba a la perfección, puede comprenderse que nunca quisiera aceptar que la clínica veterinaria debía desvincularse del herrado, o al menos en aquellos tiempos en que por razones económicas la idea era poco menos que impracticable  La creación en  el año 1881 de la  “Asociación Veterinaria de las Riberas del Júcar”, con sede en Játiva y de la que sería presidente, obedeció no solo a otros afanes profesionales, sino  al intento de presentar, junto a sus partidarios, un frente unido ante los veterinarios que mantenían un criterio contrario. Su establecimiento  estaba ubicado no lejos de su vivienda, separado de la misma por la céntrica Alameda de Játiva, que como vía urbana  llevó por entonces el nombre de Canalejas.

 

No faltarían abundantes materiales, para a la luz de la psicología, trazar una biografía existencial sobre Morcillo. Sanz Egaña trató de esbozarla y es así como al analizar sus múltiples facetas y por su costumbre de expresar asombrosas opiniones a lo largo de sus manuscritos, pudo aventurar el grado y razón de su  precoz escepticismo que actuó como principio y método en su madurez intelectual. Asimismo, su más reciente biógrafo  Rodríguez  de la Torre define su ideología como propia de un seguidor de la “doctrina escéptica”, especialmente ante los conocimientos científicos de las profesiones médicas y ante otros campos de la ciencia. Fue especialmente crítico con el ejercicio de la medicina humana y no escatimó críticas acerbas incluso con los propios Inspectores de carnes que no seguían las estrictas normas de conducta que él venía predicando. En consecuencia, fue toda su vida un crítico molesto para algunas instituciones y profesionales, mas atentos al lucimiento y a la satisfacción de intereses sociales y económicos, que a defender los derechos de la “desgraciada humanidad” por la que se mostró siempre especialmente sensible, quizás por su  estrecho contacto con el pueblo a diferencia de otros de sus antagonistas. Según el citado historiador, Morcillo fue un soñador, un idealista y un pacífico revolucionario que reunía en su persona una buena síntesis del caballero progresista del siglo XIX, aunque desdeñó el ejercicio de la política. Este talante, sin embargo, comprometió en parte el pacífico ejercicio de su función inspectora, como terrible paradoja para quien la creó  y con ello mereció un puesto de honor en la historia de la Ciencia. Bien es cierto que  generalmente las autoridades de su entorno no estaban preparadas para reconocer su sabiduría.   

 

Por la gran dedicación a sus actividades profesionales, y por su propio carácter, poco tiempo destinaba a los esparcimientos sociales. En su casa, que aún se mantiene en pie, ornada  en sus herrajes con las iniciales del matrimonio Morcillo-Iborra, encontraba cuanto podía desear: un entorno confortable, una biblioteca con un millar de libros que fue adquiriendo con verdadera avaricia, un tranquilo despacho y espacio suficiente para sus aficiones que fueron muchas e interesantes. Practicaba la taxidermia y algunos ejemplares adornaban las estancias. También reunió una importante colección de peces. Parte de todo ello fue donado a los museos del Colegio Setabense de Játiva y de la Escuela de Veterinaria de Madrid, a la que en el año 1936 también entregó la familia 400 libros y manuscritos sobre temas  profesionales y afines. Fue hombre muy parco en palabras, incluso en la intimidad familiar, más interesado en escuchar. La lectura y la escritura eran obligaciones diarias que raramente incumplía, hasta el punto de que en los últimos días de su vida escribía una memoria sobre tuberculosis, que no ha sido localizada. No se cumplió, por fortuna, el temor que tenía antes de cumplir los setenta años, de estar al borde de su final, pues aún vivió más de una década. Por muy pocos días no tuvo la satisfacción de conocer el texto del excelente y de tan larga vigencia, Real decreto de 22 de diciembre de 1908, que establecía concluyentemente cuales serían las misiones sanitarias de los Inspectores veterinarios de sustancias alimenticias, sin excluir frutas y verduras. Serían, pues, todas las que reivindicó desde el mismo momento en que se erigió en apóstol de la causa. Incluso podría afirmarse que inspiró con sus ideas la labor de los legisladores.

 

            Siempre estaba dispuesto a enseñar y nunca desdeñó la ocasión de aprender, cumpliendo así lo que rezaba un viejo letrero que colgaba en una pared de su despacho: “Nadie es tan ignorante que no tenga nada que enseñar, ni tan sabio que no tenga nada que aprender” 2.

 

            Falleció en la noche del día 12 de noviembre de 1908, a consecuencia de una uremia como causa final de sus padecimientos. Había sobrevivido a su esposa, a su único hijo varón, abogado, y a una de sus dos hijas. Tuvo una larga descendencia, pues fueron nueve sus nietos,  19 sus biznietos y 24 sus tataranietos. La Veterinaria solo se vio honrada con un nieto y un biznieto político y cuenta ahora con una tataranieta, Josefina Sánchez Morcillo, fiel guardadora de la antorcha.

 

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3 –  Sus vicisitudes oficiales

 

Aunque siguiendo a Sanz Egaña, siempre se repite como hito histórico, que en el año 1852  fue nombrado veedor de carnes y pescados de la ciudad de Játiva, no pudo ser así, pues como ya sabemos, ese año aún no vivía Morcillo en esta ciudad. Esta circunstancia y otras muchas sobre su larga vida en Játiva, ha sido el fruto de la investigación llevada a cabo durante muchas jornadas en su Archivo Municipal, centrada tanto en la revisión de documentos como en la de cada uno de los Libros de Actas del Ayuntamiento desde el año 1852 al de 1911.

 

Fue en 1853, a sus 26 años, cuando Morcillo se instaló en aquella ciudad para ejercer la clínica y lógicamente el herrado, pero inmediatamente reivindicaría para sí el cargo de veedor de carnes que ocupaba un albéitar. Justificaba su petición al estar en posesión del título de Veterinario de primera clase cuyo quinto curso de la carrera incluía asignaturas de higiene y policía sanitaria, frente a albéitares y veterinarios de segunda clase que no habían cursado estos estudios. Su petición fue atendida, y con fecha 7 de enero de 1854 el Ayuntamiento acordó que “Teniendo en consideración […] que el cargo de veedor para el reconocimiento de las carnes que se matan en las carnicerías de esta Ciudad, y para el pescado y carnes muertas que entran en la misma para su consumo, no pueden ejercerlo mas que los veterinarios de primera clase, según lo dispuesto en el plan de estudios de Veterinaria de 19 de Agosto de 1847 a la cual no pertenece Don Felix Iborra, que actualmente lo desempeña, se acordó se releve del referido cargo de veedor a Don Felix Iborra y se nombre en su reemplazo a Don Juan Morcillo y Olalla, veterinario de primera clase y vecino de esta Ciudad […]”.  Sin duda, con tal acuerdo quiso el Ayuntamiento zanjar a la vez una espinosa cuestión relacionada con laesta percepción incorrecta de honorarios por el citado albéitar3.  Por otra parte, aunque el plan de estudios de 1847 ha sido calificado como el mayor episodio histórico de la enseñanza veterinaria del siglo XIX, no incluía norma tan terminante. La preferencia solo venía dada por las materias más relacionadas con la inspección sanitaria, que los veterinarios de primera clase estudiaban en el quinto curso de la carrera.

 

Poco interés económico podría tener Morcillo por este puesto, toda vez que la Real Cédula de 4 de junio de 1750 para el buen régimen de la ciudad de Játiva, reconocía que las rentas de la ciudad no permitían  entonces [como tampoco un siglo después] el nombramiento de veedores de carnes con salario. La retribución habría de correr a cargo de los abastecedores y carniceros, ominoso sistema que con anterioridad había originado incluso acciones judiciales, en las que el Ayuntamiento nunca quiso entrar. Mal asunto para el legalista Morcillo, que durante diez años hubo de sufrir. Pero al fin, el día 12 de octubre de 1864, denunció al Gobernador Civil esta injusta situación, que ni la Real Orden de 24 de enero de 1859, que imponía la inspección obligatoria por veterinarios en todos los municipios, había resuelto. Pero su gestión, aún respaldada por su condición de Subdelegado de Veterinaria del distrito, no tuvo éxito. Solo con la esperanza de que el servicio se consolidara y se dignificara algún día con una retribución justa lo mantuvo en su puesto.

 

Pero fue una vana ilusión y  un esfuerzo impagable. No obstante, hasta sus 70 años ejerció la inspección de carnes y demás alimentos, que fue sin duda su actividad más fulgurante aunque, por supuesto, la mas ingrata. Se ha escrito que ejerció la profesión sin solución de continuidad ni jubilación alguna. Esta afirmación solo es válida para la práctica clínica, puesto que como Inspector estuvo cesante en seis ocasiones, siendo la séptima normal y definitiva, quedando reducidos a 33, los años de su servicio oficial al municipio. Las causas fueron diversas, aunque nunca imputables a faltas o negligencias, toda vez que Morcillo, intransigente ante torcidas conductas, siempre demostró una moral intachable.

 

Los lugares donde especialmente desempeñó sus funciones inspectoras fueron obviamente el Matadero y el Mercado municipales. El primero, construido hacia el año 1800, estaba ubicado en pleno centro de la Ciudad, junto a la plaza del Mercado y en cota mas baja frente a dos monumentos nacionales tan emblemáticos como la Basílica de la Seo y el Hospital. Difícil sería para Morcillo dar consignas a los veterinarios que año tras año se incorporaban a los mataderos públicos y con carácter general desde 1859, si su centro de influencia tenía insuperables deficiencias, cuando tanto colegas españoles como algunos extranjeros lo visitaron con el fin de intercambiar ideas y recibir enseñanzas. El Mercado se encontraba muy próximo al Matadero, a la subida de la Basílica de la Seo, en una plaza rectangular y abierta que contaba con bancas fijas de obra  para frutas y verduras,  estando situadas las carnicerías y pescaderías en soportales de la plaza. Aunque las autoridades locales y provinciales prometieran urgentes y radicales reformas, que siempre incumplieron, no necesitó Morcillo ni un gran matadero ni un gran mercado para adquirir tantas experiencias. Su obra solo necesitó de un cerebro privilegiado, del estudio de cuanta ciencia pudo asimilar, de una agudísima capacidad de observación, y del hábito de trasladar todos los días al papel el fruto de su talento.

 

En el año 1868, y tras muchos años en que la política española no conoció esperanzadores signos de estabilidad, se produjo el levantamiento que acabó con el reinado de Isabel II. Fue la llamada “Revolución Gloriosa” dirigida por el general Prim y que pretendió acabar con los endémicos disturbios civiles, las guerras intestinas, las revoluciones, y los levantamientos militares. Los historiadores llaman “Sexenio Revolucionario”, al periodo comprendido entre 1868 y 1874, año de la restauración monárquica con Alfonso XII. Durante este periodo se ensayaron distintas formas de gobierno que solo consiguieron enconar aún más los problemas del país, sin perjuicio de algunos destellos progresistas al amparo de la “Declaración de Derechos” y su régimen de libertades. De inmediato se constituyó en Játiva, como en otras poblaciones, una Junta Revolucionaria integrada en principio por seis miembros, que publicaron una patriótica alocución declarándose amantes de la libertad y de la justicia y pidiendo sensatez a los habitantes de la Ciudad. Pronto se incorporaron a la Junta cinco ciudadanos más, siendo Morcillo uno de ellos.

 

La Junta revolucionaria de Játiva, como fue la norma de todas las constituidas, relevó a todo el personal político y administrativo que no era de su confianza,  y el día  26 de octubre de 1868, una vez nombrado un nuevo Ayuntamiento, se autodisolvió. El Libro original de actas de las sesiones desapareció del Archivo municipal, por lo que no conocemos más detalles sobre la participación de Morcillo. Este, a partir de entonces, aplaudiría la declaración de derechos proclamada por la Revolución, apoyando la línea editorial seguida por la revista “La Veterinaria Española”, incluida la libertad de enseñanza, tema el de la enseñanza que tanto le preocupaba y a cuyo favor escribió muchas páginas del mas alto valor doctrinal. En consecuencia, la vida profesional de Juan Morcillo quedó marcada por esta pública afirmación de su liberalismo.

 

Decidida en el Parlamento la implantación de una nueva dinastía, en enero de 1871 juró como rey de España Amadeo I, que sin encontrar apoyo popular ni contar con la necesaria colaboración por parte de los líderes políticos, tuvo que dimitir. Fue así como en el año 1873 se proclamó la 1ª República. El Ayuntamiento de Játiva celebró su llegada con fiestas y acciones caritativas, mientras abría el  alistamiento de voluntarios para constituir una milicia ciudadana. Mucha confianza había de tener Morcillo en la instauración de un nuevo orden más justo y  más acorde con sus ideas, cuando aceptó el nombramiento de primer teniente de la segunda compañía del batallón de voluntarios de la República, grado del que dimitió en el mes de agosto de aquel mismo año. Contaba entonces 45 años y quizás ya había comprendido lo que podía depararle una mayor implicación política.

 

Cuanto sucedió después fue común a cuanto sucedió en el resto del país. El trasiego de ediles y funcionarios vino condicionado en primer lugar por su significación política. El caciquismo y los favoritismos hicieron el resto. En el caso de Morcillo, sus ceses tuvieron también estas motivaciones, aunque por estar en posesión de la máxima titulación académica, al contrario de otros candidatos, sus ausencias fueron relativamente breves. Otras veces su propio prestigio le hacía volver al cargo con todos los honores.

 

Su primer cese se produjo en noviembre de 1869 al ser nombrado en su puesto el veterinario Juan Antonio Iborra y Sumsi, que antes había sido elegido concejal tras la participación de Morcillo en la Junta revolucionaria. Pronto dimitió del cargo, como cesarían por diversas causas los sucesivamente nombrados; unas veces por la escasa retribución, otras por prestar mal servicio, en algún caso por solidaridad y uno por fallecimiento. Generalmente el Ayuntamiento, invocando la prioridad de la salud  pública, pedía a Morcillo que volviera al servicio. Por esta y otras serias razones siempre aceptaba; era el Subdelegado veterinario del Distrito y era su propia labor sanitaria la que estaba en juego. Sin embargo, como quiera que la retribución siempre fue mezquina a pesar de la lucha de Morcillo por dignificarla, y como quiera que el crónico estado aflictivo de las arcas municipales no permitía abrigar esperanza alguna, su paciencia estaba ya agotada después de ser desatendidos sus largos y razonados escritos a la Corporación y sentirse herido en su amor propio.

 

En el mes de marzo del año 1891 presentó su dimisión con el propósito de que fuera definitiva, pero el Ayuntamiento “Acordó por unanimidad no aceptar la renuncia, y que se manifieste que la Corporación vería con gusto continúe desempeñando el referido cargo donde tan buenos servicios viene prestando en beneficio de la salud pública”. Una vez más decidió continuar, sin desconocer que las habituales y absurdas crisis municipales podrían afectarle de nuevo. Y acertó, pues tanto en 1893 como en 1897 fue cesado, para ser nuevamente llamado. No se ha encontrado el dato exacto, pero el día 23 de junio de 1898 cumplía los 70 años, y el fin de siglo le ofrecía un nuevo límite. Como quiera que hasta el mes de febrero de 1901 no consta que su sustituto, Carmelo Iborra Lluch, viniera actuando como inspector, podemos asegurar que Morcillo, pese a tantas ingratas interrupciones, llevó el timón rebasada la edad habitual de jubilación.

 

Cuanto pensó y dijo Morcillo sobre tan larga peripecia lo encontramos en muchos de sus artículos y en los prólogos de sus manuscritos, pues no se recataba en sus juicios. Pero nada le impidió culminar su obra, y lo mas sorprendente y admirable es que a pesar de tantas decepciones, nos dejara entre sus muchas obras técnicas, el acabado tratado que durante tantos años fue única guía de los veterinarios inspectores.

 

Como tuvo una larga vida y escribió hasta sus últimos días, pudo tar su existencia con una vibrante proclama contra el status que le había acompañado toda su vida y con su convicción de que solo cuando el pueblo fuera ilustrado e instruido podría sacudirse el yugo de los poderosos. Ante estos conceptos y otros a este tenor, el historiador Rodríguez de la Torre puntualiza que Morcillo escribió este último grito ante su muerte con solo sus exclusivas ideas, que evidentemente no eran las marxistas ni las anarquistas, pues su mente no iba por esos mundos ideológicos.

 

 

4 – Sus más resonantes polémicas

 

Juan Morcillo fue un luchador incansable y mantuvo muchas polémicas a lo largo de su vida, pero no en otros foros que en los periódicos y revistas, rompiendo siempre lanzas por el prestigio de la profesión. No se ha encontrado información, sin embargo, sobre si mantuvo algún debate en instituciones de la Capital, como por ejemplo en el Instituto Médico Valenciano donde ya figuraba algún veterinario y en cuyo salón se celebraban actos de muy diverso carácter. Si en sus días de plenitud hubiera existido el Colegio Oficial de Veterinarios, por cuya creación tanto luchó, hubiera sido el foro adecuado para defender sus tesis y encontrar respaldo a sus iniciativas. Es evidente que no se destacó como conferenciante, nada extraño tratándose de un hombre tan parco en palabras.

 

            Ya ha quedado indicado que durante muchos años defendió con el mayor apasionamiento el herrado como práctica veterinaria, que desde el nacimiento de la carrera se consideró indiscutible y esencial. Lógicamente, el conocimiento científico, anatomo-fisiológico, patológico y mecánico de las extremidades se estimaba fundamental para tratarlas  y para colocar la herradura apropiada, sin menosprecio del excelente arte que siempre tuvieron y tienen los buenos herradores. Aún así, hasta un albéitar como Francisco Llobregat, que ejercía en el pueblo valenciano de Carcagente, muy cercano a la demarcación de Morcillo, escribía en el año 1867,  que “[…] mientras se vean profesores con las manos encallecidas por el frecuente roce del hierro, y salpicadas de escaras, producidas por las chispas de la fragua, […] nada valdremos ante los ojos de la ilustrada sociedad […]”. Pero las razones económicas pesaban muchísimo más que cualquier otra consideración, y tanto Morcillo como otros colegas de su entorno, se opusieron firmemente a la reforma, que como escribió Sanz Egaña, solo fue producto de “una floración romántica en el campo de la Veterinaria”. En el caso de nuestro protagonista, siempre contó con hábiles empleados para poder atender su numerosa clientela. Aún así, sería curioso saber, pues nadie nos lo ha transmitido, como se conservaban sus manos, tan trabajadas desde la niñez. Solo los millares de páginas escritas con admirable caligrafía nos dan elocuente testimonio de que se mantuvieron en óptimo estado, hasta que su escritura llegó a delatar su natural declive.

 

Pero prestaremos especial atención solo a dos prolongadas controversias que ocuparon mucho espacio en la prensa valenciana. En los temas de mayor interés para la clase veterinaria solía seguir la línea editorial de la revista “La Veterinaria Española” dirigida por el no menos polemista director Leoncio F. Gallego.

 

            El mayor enfrentamiento lo tuvo al declararse contrario a la creación en Valencia de una Escuela libre de Veterinaria sostenida por la Diputación provincial junto a otras carreras, y al amparo del revolucionario decreto sobre Libertad de enseñanza de 21 de octubre de 1868. La revista “La Veterinaria Española”, el 28 de septiembre de 1870,  publicaba una larga carta de Morcillo donde decía: “llegará el día en que habrá tantas Escuelas de Veterinaria como capitales de provincia. Mas […] ¿Qué hará la clase, el profesorado todo, que hace mucho tiempo que viene quejándose del excesivo número de Escuelas y de veterinarios? Al menos pedía, puesto que los profesores valencianos habían sido nombrados con carácter interino, que se sometieran a un tribunal y a una oposición pública. También pedía a los veterinarios de la región hicieran públicas las actuaciones de la nueva Escuela, censurando lo que fuera censurable y alabando lo que de alabar fuera, que sería bien poco. El diario valenciano “Las Provincias”, tildado de ser el paladín de la Escuela, examinó el escrito por el interés general y local que de suyo tenía, y dio una larga y muy mesurada respuesta. Como el director de “La Veterinaria Española”, vislumbró una interesante y larga polémica, abrió las páginas de la revista a Morcillo y a los que quisieran mantener el debate. Tras el intercambio de artículos, el periódico “Las Provincias” recomendó a Morcillo que para desvanecer sus críticas podría visitar la Escuela donde encontraría sin duda la deferencia que merecía quien como él defendía con el mayor celo los intereses de la clase veterinaria.

 

No podía Morcillo desaprovechar la ocasión que se le brindaba y los días 9 y 10 de febrero de 1871, acompañado por su colega José Cubas, realizó a la Escuela una visita lógicamente inquisitorial. Contaba entonces 43 años, cuando salvo el director, todos los profesores eran más jóvenes. Por su condición de publicista y muy prestigiado en el ejercicio clínico, su autoridad y preparación eran generalmente reconocidas, incluso para juzgar sobre la calidad de la enseñanza, ya que no en vano tuvo el mejor expediente académico de la Escuela de Madrid, con sobresaliente en todas las asignaturas de la carrera. Siendo alumno del quinto curso, en 1850, elaboró un manuscrito de 415 páginas de apuntes que tituló Tratado de Patología General y Anatomía Patológica, que era un extracto fidelísimo de las explicaciones del catedrático y director de la Escuela D. Nicolás Casas. En el mismo curso leyó una ria titulada De los virus y otra sobre Hidropesías, y en la cátedra de don Ramón Llorente y Lázaro presentó una Monografía del Lamparón. Cuando era alumno de tercer curso disertó sobre Medicaciones. Estimulante, Tónica y Antipútrida ante el catedrático de la asignatura y sus condiscípulos, y en el mismo curso tenía recogidos 39 Casos prácticos.  Fue en su época y en todos los sentidos  el alumno más  brillante de la Escuela madrileña.

 

La primera cátedra visitada fue la de Fisiología e Higiene a cargo de Eduardo Boscá y Casanoves, médico y licenciado en Ciencias. Más tarde explicaría también Física, Química e Historia Natural. Era la espina que tenía clavada Morcillo, pues el resto de los profesores eran al menos veterinarios prestigiosos con ejercicio en Valencia. El profesor Boscá sentó junto a él a los visitantes y explicó su lección sobre un tan amplio como “la absorción”, y  al ocuparse de la mucosa que reviste la vejiga de la orina, puntualizó Morcillo que “pudo muy bien ampliar el concepto, haciendo una aplicación utilísima a la patología [y] no la hizo el señor Boscá porque no es veterinario, ni ha tenido ocasión de ver caballos enfermos”. Por estas y por otras supuestas imprecisiones salió muy mal librado como profesor, afeándole igualmente que dejara traslucir muy marcadamente el dialecto valenciano que -según se aventuró a decir- tanto afeaba hablando en público. En resumen, no consideraban los visitantes a Boscá como un profundo fisiólogo sino únicamente como una medianía, lo que no debería sorprenderles si consideraban que al  hacerse cargo de la asignatura solo tenía 26 años y ya había conseguido dos titulaciones universitarias. Finalmente advertía al profesor Boscá que el sitio que ocupaba no le pertenecía porque no era veterinario de primera clase, título que sin dificultad pronto conseguiría. La oportuna réplica de Boscá no se hizo esperar a través de la prensa. Clausurada la Escuela libre, fue profesor en varios Institutos y finalmente ocupó una cátedra en la Facultad de Ciencias. Descubrió nuevas especies animales, creó el Museo Paleontológico, fue nombrado hijo ilustre de Valencia y lleva su nombre una calle de la Capital.   

 

La siguiente visita sería a la cátedra de Anatomía general y descriptiva de todos los animales domésticos y Exterior, a cargo de Vicente Giner y López, y aunque fue más consecuente con él, no dejó de señalar que sus lecciones parecían aprendidas de memoria y que le faltaba hacer aplicaciones fisiológico-patológicas con las cuales fuera preparando a sus discípulos para los años siguientes de sus estudios. Era entonces Giner y López,  Inspector de carnes en el pueblo de Ruzafa, hoy integrado en la Capital, donde además ejercía la clínica. Fue nombrado director de la Escuela al fallecer su predecesor.

 

            La cátedra de Patología general y especial, Farmacología, Arte de recetar, Terapéutica, Policía sanitaria y Clínica médica estaba a cargo del profesor  Camilo Gómez y Roda, quien no les invitó a entrar en su clase. Lo lamentó mucho Morcillo porque la lección de ese día era sobre muermo, y tuvo que reprimir su curiosidad científica por el tema, según manifestó. Gómez y Roda fue un ilustre veterinario, pionero por tres motivos: ser el primer Inspector de carnes que ingresó por oposición en el Ayuntamiento de la Capital, ser el primer veterinario que ingresó como Académico numerario en la Real Academia de Medicina y Cirugía de Valencia y ser uno de los creadores del Colegio Oficial de Veterinarios, junto a Morcillo, con el que siempre mantuvo muy buena amistad. 

 

La asignatura de Patología quirúrgica, Operaciones y vendajes, Derecho veterinario y otras materias estaba a cargo de José Valero y Chiva, quien  tuvo que interrumpir su explicación sobre cauterización por sentirse enfermo, no sin antes hacer algunas preguntas a varios alumnos.  Era el director académico de la Escuela y no gozaba de buena salud.  Falleció antes de que fuera clausurado el centro, tras cinco años de funcionamiento. Los visitantes le manifestaron sus deseos de ver las instalaciones, a lo se prestó de forma “atenta, fina y complaciente”.Había  opositado sin éxito a cátedras de las Escuelas de Córdoba y Zaragoza y ejercía la clínica en la ciudad de Valencia.

 

Las asignaturas de 5º curso eran las de Agricultura y Zootecnia y estaban a cargo de  Antonio Gómez y Millet, que ejercía la profesión en el pueblo cercano de Mislata. Fue miembro del Instituto Médico Valenciano y Académico numerario de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Valencia. Por razones de horario, Morcillo y su acompañante no pudieron formar juicio sobre sus condiciones para la docencia, aunque tenían el propósito de volver.

 

Como profesor auxiliar y secretario de la Escuela actuaba José Martín y Valero. Durante 25 años sería Jefe de los servicios veterinarios del Ayuntamiento de la Capital y fue también Académico numerario de la Real Academia de Medicina y Cirugía. No consta que mantuviera contacto con los visitantes.

 

            Es f&aae;cil oner las condiciones materiales de la Esla, instalada en pabell&oae;n  de los Jardines del Real ( alas clases se dieron en el edificio de la propia Universidad), no eran las ideales, por lo opiniones ron desfavorables, y en nto a las enseñanzas, manifestaron no pod&iae;an compararse con las se daban en las Eslas de Madrid, C&oae;rdoba, Zaragoza y Le&oae;n. Recomendaban a los anos ran exigentes, y al director, algo tan tilloso como tiera el silbato con el se aciaba la entrada a clase, por otro m&aae;s admitido en los centros de instci&oae;n. Pero el final no pod&iae;a ser este y la controversia llen&oae; ae;n has p&aae;ginas del peri&oae;dico valenciano &ld;Las Provincias&rd; y de la revista &ld;La Veterinaria Española&rd;, hasta Morcillo so dar por terminada la sti&oae;n con la satisfacci&oae;n de haberla iniciado y sostenido. En ticia, na intenci&oae;n y amor por la Profesi&oae;n debi&oae; dar ra de toda a. Por parte, la revista &ld;La Veterinaria Española&rd; o el gesto,a vez clada la Esla en 1874, de tener para ella rerdo de estimaci&oae;n, s no en vano iniciativa de insigne rector, del esrzo econ&oae;mico de la Diaci&oae;n provincial y del af&aae;n deos dignos profesores, mientras las posibilidades econ&oae;micas hicieron posible la empresa.

 

Otro debate, pero de carácter científico, se inició en el mes de diciembre de 1876 cuando se detectó  un caso de triquinosis, por primera vez en España, en el pueblo valenciano de Villar del Arzobispo y que ocasionó seis fallecimientos entre familiares y amigos del farmacéutico de aquella localidad, en cuya casa se celebró la  tradicional matanza del cerdo. Los enfermos fueron veintiocho y el anfitrión perdió a su esposa. La alarma que se originó, especialmente en la región, es fácil de imaginar. Tan desgraciado suceso fue un hito trascendental para la Profesión veterinaria, puesto que entonces se inició y desde entonces se mantiene, nuestra primera gran cruzada sanitaria. Para Morcillo, sin embargo, la singular ocasión no fue debidamente aprovechada.  

 

La Comisión investigadora nombrada por el Gobernador Civil estuvo integrada por mros del Instituto Médico Valenciano. Mientras duró la encuesta, cerca de dos meses, se barajaron distintas causas, no sospechando al principio que pudiera tratarse de un proceso parasitario de carácter zoonósico. Cuando fueron observadas al microscopio larvas de “Trichinella spiralis”, tanto en las muestras de carne de cerdo, como en las del músculo masetero de una de las personas fallecidas, la Comisión, el día 31 de enero de 1877, dio por terminado su cometido satisfecha del resultado, “pero al propio tiempo con sentimiento, porque se conduele de ser la primera en España que describe una nueva calamidad de las muchas que afligen al hombre”.

 

Debieron, pues, finalizar las especulaciones sobre las causas de la desgracia, pero no fue así. Aunque  atendiendo a la etiología, fue pedido informe a Pedro Epila, subdelegado de Veterinaria al que correspondía,  entendió Morcillo que debía haber sido consultado por ser autor de obras especializadas y porque este prob sanitario, a la luz de sus  experiencias, no era tan terminante como se había dicho. Molesto por el desaire, hizo públicas sus discrepancias sobre la forma en que se habían llevado a cabo las investigaciones. Como los periódicos de la Capital, que en principio le habían brindado sus columnas para que pudiera mantener sus tesis, cambiaron de actitud para no favorecer polémicas, optó por airear su opinión en otras publicaciones y elaborar un manuscrito con 417 páginas titulado “Triquina y Triquinosis. Examen histórico crítico analítico de los sucesos ocurridos en Villar del Arzobispo en 1876”. Fechado en 1877, se guarda en la biblioteca de la Facultad madrileña. Aaacute;s, para conseguir una mayor difusión de sus ideas, escribió un librito de 76 páginas titulado “Del cisticerco celuloso  y la triquina espiral considerados bajo el punto de vista de la inspección de carnes”, que se editó en Madrid en 1878 y se encuentra en la biblioteca del Colegio de Valencia.

 

La tesis de Morcillo ha sido estudiada por el doctor Dualde en el trabajo al principio citado, presentado en el Congreso de León  del año 2002. En principio él creía, como otros autores, que los cisticercos y las triquinas constituían manifestaciones del mismo proceso, indicando que “En el reconocimiento que has de las reses después de muertas y puestas en canal, es cuando nos apercibimos de la existencia de la triquina [pues] notamos que el tejido celular intermuscular está rado […] de pequeñas vejiguitas”, sin que separara aún el parásito de la triquina cuyas larvas solo eran visibles al microscopio, del bien conocido cisticerco que daba origen a la Tenia solium. Los resultados tras comer carne de cerdo infestada, evidenciaban la diferencia en cuanto a tasas de morbilidad y de mortalidad consiguientes, pero siguió defendiendo la idea, que no era solo suya, de que “la triquina o cisticercosis del cerdo procede de los huevos aislados de la. Tenia solium”. Al fin comprendió que el ciclo evolutivo no podía ser el mismo y como el microscopio vino en su ayuda, tuvo  que corregir su primer criterio, causa de anteriores discrepancias, lo que reflejó en la tercera edición de su “Guía del Veterinario Inspector…”.

 

Pero no hay que olvidar que Morcillo pertenecía a la escuela escéptica, por lo que reconocía que era una cuestión “intrincada” hacer la diferenciación de ambos procesos, a pesar del extraordinario concurso del microscopio como grandioso adelanto para la ciencia, aunque alertando sobre la posibilidad de forjarse con él imágenes equivocadas. Por eso afirmaba que “Si ahora nos detuviésemos a hacer el examen crítico de todos los casos de triquinosis anunciados en España, tendríamos que confesar con nuestra habitual franqueza, que desde la anunciada triquinosis de Villar del Arzobispo, de la cual hay sobrados motivos de duda (lo que nos subraya Dualde) hasta la última indicada en Alcoy […] no estamos conformes en que sea triquina todo lo que se ha visto”. No nos pueden sorprender estas habituales reticencias, como tampoco los recelos que siguen teniendo algunos ciudadanos de Villar del Arzobispo, que mantienen la leyenda de en aquellos desgraciados sucesos hubo otras razones 4. El que la investigación se realizara en un laboratorio de la Universidad por el afamado doctor Pablo Colvée, y se diera hasta el nombre del microscopio de Amici con que se practicó la observación de larvas de “Trichinella spiralis”, no parece desvaneció totalmente cualquier otra absurda especulación.

 

 

6 –  Hallazgo de su más valioso manuscrito

 

En paralelo con sus libros y manuscritos sobre higiene de los alimentos, escribió muchos sobre Hipología,  pues el caballo fue el eje de su vida profesional y la fuente principal de sus ingresos. Su condición de máximo especialista en la materia, tanto en el aspecto zootécnico como clínico, nadie se atrevió a discutir. Solo sobre zootecnia escribió 3.707 folios dedicados a los caballos, sumando únicamente los que componen cada una de las tres por él llamadas ediciones [pero que eran manuscritos, por supuesto inéditos], donde sin duda recogió los principales conocimientos sobre solípedos que ofrecía la ciencia en aquel momento. Pero sobre materias de patología y de clínica escribió al menos otro tanto. Para destacar esta preferencia, de las 31 obras de Morcillo publicadas o inéditas que se conservan en la Biblioteca de la Facultad de Madrid, 16 tratan de patología equina, podología y otros procesos tributarios de la clínica. Las obras dedicadas a higiene e inspección veterinarias son ocho y las dedicadas a otros temas profesionales solo son siete.  

 

El más conocido de los tres manuscritos sobre solípedos se encuentra en dicha Biblioteca  y tiene como título”HIPOGRAFÍA. Estudio histórico sobre el origen del caballo y razas principales en la actualidad”.  Escrito entre los años 1899-1900, en dos tomos, con 315 y 513 páginas, era una tercera edición según su autor. Tarea apasionante para los investigadores sería encontrar las dos primeras.

 

En el año 2002, el historiador Rodríguez de la Torre comunicaba haber localizado, en la misma Biblioteca de la Facultad, un segundo manuscrito en dos tomos, primorosamente encuadernados, de 593 y 604 páginas, con los títulos “Estudios históricos del caballo”  y  “Del caballo en particular” respectivamente, fechada en el año 1875. Entendió que se trataba de la primera edición.

 

Pero no era así, porque la primera edición fue localizada en Valencia por nosotros 5 gracias a una inopinada circunstancia, y se encuentra desde el año 2004 en propiedad del Ilustre Colegio Oficial de Veterinarios. Es una verdadera joya que debió tener para Morcillo y para su familia una significación muy especial cuando lo mantuvieron en su poder y durante muchos años formó parte de una enorme biblioteca de obras de derecho. Las características de este primer manuscrito, fechado en el año 1870, son sorprendentes. Se trata de un solo y voluminoso tomo titulado “HIPOGRAFÍA” con el subtítulo “Ligera reseña sobre el origen del caballo, su domesticidad y razas principales existentes”. Está encuadernado con tapa muy gruesa empapelada en rojo, de 32 x 22 x 13 cms., de unos 8 kilos de peso, con 1.681 páginas y con 142 láminas y dibujos originales. Está escrito en buen papel tamaño folio con una cuidadísima caligrafía y con mayor número de páginas que las versiones posteriores. Su primera lámina contiene un retrato a plumilla de Morcillo en su época de plenitud.

 

En el pr&oae;logo se lamentaba el or de las licaciones españolas sobre el tema o eran traciones o eran copiaas de otras por lo retaba de ho inter&eae;s escribir de forma m&aae;s original y realista especialmente sobre el reconocimiento de sanidad de los caballos, ya como indicaba  &ld;al licar esta obrita [merece subrayarse la palabra y aventurar si Morcillo la utilizaba con humor] ha (cía) un gran beneficio a los jóvenes veterinarios”. Es así  como detallaba “el modo como lo han de reconocer [al caballo] y cuanto sobre exterior y tratos deben saber” y añadía que había de “empezar haciendo la historia de estos animales, porque sería bochornoso para el profesor [veterinario] que se hablara del caballo y no supieran decir de donde ha salido y como se ha extendido a través de los siglos […]” Finalizaba diciendo que ha(bía) dedicado muchas horas a consignar en el libro su práctica de diez y nueve años”. En 424 páginas trataba de generalidades y  clasificaba las razas  en “caballos del Sur” y “caballos del Norte”. A las primeras dedicaba 279 páginas y a las segundas solo 29. Al mulo dedicaba  42 páginas y 47 al asno; breve espacio dedicaba a la cebra. A las proporciones geométricas de los caballos y a sus aplomos dedicaba 107 páginas, a sus marchas 59, a la edad y a los aspectos técnicos relacionados con el reconocimiento de los caballos y a los tratos con los vendedores dedicaba 559 páginas. Finalmente, y en 107 páginas, incluía un interesantísimo vocabulario o diccionario de los defectos externos, con los vicios y palabras más usuales en el comercio de los animales.

 

No en esta, sino en la tercera edición, nos decía algo premonitorio: “…hemos de esperar que, andando el tiempo, este manuscrito sea impreso en alguna biblioteca dedicada a la literatura hípica, cuando el caballo pase al dominio de la arqueología”. Menos hubiera podido imaginar que algún día sería la  primera versión, mucho más extensa, la que sería objeto de experta restauración y posiblemente de publicación facsímil, cuando el caballo dista aun mucho de ocupar aquel inmerecido lugar que Morcillo le vaticinaba.

 

 

7 –  Distinciones y homenajes que recibió

 

Su precocidad como escritor científico y el rigor, la calidad y la elegancia de sus escritos explican que muy pronto fuera Morcillo conocido dentro